Por Javier Jaramillo Frikas
¿Y Morelos qué?
Se corta el sueño, vienen las reflexiones, ideas o pensamientos, con dosis de sentimiento y sucede lo de este momento, escribir a las 4.14 de la mañana de hoy domingo 29 de abril. Se nos ocurre como título de esta entrega: ¿Y Morelos qué? Porque somos espectadores y en ocasiones actores de una realidad que cada quien ve con su bagaje, el de las entrañas, el del cerebro, el de la satisfacción, el del gusto, el de la frustración, el todo. La sociedad morelense tenemos años maltratados, ya son muchos, con autoridades que van desde la arrogancia de Jorge Carrillo Olea, la ignorancia de Sergio Estrada Cajigal, la ambición con buena cara de Marco Adame Castillo y la controversia y necedad de Graco Ramírez. Cuáles de estos adjetivos sería el peor o el menos malo. Estamos hablando de una población coartada de anhelos, que se llenó de miedo en estos casi 20 años y que ha dejado de creer en los que detentan los cargos públicos y el poder.
Y ha dejado de creer en casi todo, incluimos a los medios informativos locales, a los que hacemos una tarea independiente sin llenar las expectativas. Y también a la Iniciativa Privada que cada vez se desencanta más de la falta de apoyos y pocos, contados, han aguantado el mal viaje de los 20 años fatídicos. ¿Tienen toda la culpa los políticos? En gran parte. Recordamos como a partir de 1991, Jorge Carrillo Olea empezó a enviar sus alfiles en delegaciones de diverso nivel, Pesca, la PGR, nos llegaron viejos periodistas porque, para él, los de aquí entraban en su concepto de los políticos morelenses y suponemos de la sociedad misma: primitivos. Y se quedaron. Ahí andan algunos, y tienen cargos de elección popular. Finalmente, la caída de Carrillo fue propiciada por él mismo, la sociedad civil solo dio el empujoncito.
Atrevimiento quizá, o maldita coincidencia que por esas mismas fechas y hasta mayo de 1998 que se fue, vivían en Morelos jefes de organizaciones criminales de alta monta. La misma PGR tiene los registros de residencias y ranchos de Amado Carrillo Fuentes, de los hermanos Arellano Félix, incluso de Juan García Abrego, una especie de federación que convivían con sus familias en paz. Y el flagelo mayor era el secuestro como sigue siéndolo hoy. En tanto era vox pópuli que eso pasaba en la entidad, el PRI inició lo que sería su estrepitosa derrota del 2000. Todas las condiciones se dieron a partir que Jorge Carrillo no comulgaba con su aparente partido –con ninguno— y su reconocida cultura era algo así como un lavado de culpas similares a lo que los altos criminales blanquean el producto de la venta de sus drogas en fiestas religiosas fenomenales con todo el pueblo bailando, o así le hacían entonces, con el cura d a un lado y el alcalde en el otro. Por ello, en su gestión de cuatro años, el tema cultural inició con presencia de figuras nacionales en los cargos de ese ámbito. Un error gravísimo que contó: se rodeó de gente extraña a esta tierra, con antecedentes rimbombantes pero que, como a él, les parecía un Estado tan pequeño que –también junto su jefe— nos hacían el favor a los morelenses. Entramos en estos temas porque lo vivimos y tenemos presente con exactitud, y les corremos una acción que hoy pareciera broma con la apertura de un paréntesis:
Si estuvimos presos juntos, licenciado.
Los jefes de comunicación de Carrillo en ese momento –Moisés Lozano o Rolando Ortega, por cierto buenos tipos, pero siempre mirando hacia el DF y como nota adjunta, el buen Matías Nazario era elsegundo a bordo de ambos–, alguno de ellos nos invitó a un evento en la hacienda Vista Hermosa allá por Tequesquitengo. Éramos dos directores de diarios locales: don Jorge Mejía Lara de Diario de Morelos, que en paz descanse, excelente persona y bohemio, y un servidor que tenía El Clarín, pequeña publicación que compitió pero ya daba estertores de cierre, sucedido en diciembre siguiente, pocos meses después, una publicación donde llegaban los que no tenían acomodo en los demás y ganaban su lanita vendiendo publicidad y por mitades. Otros entraban en la corta nómina. Bueno, entrando saludamos aAna Laura Ortega, subsecretaria de Gobierno, hija de Lauro Ortega, que nos acercó con un hombre con el que en los últimos cuatro días habíamos estado sentados juntos, conversando, simpático, amable, en la misma mesa y silla con silla. Era el secretario de Hacienda, Guillermo González Jameson.
— Ya nos conocemos Ana Laura, y lo saludamos. Ana se fue con otros miembros de esa administración.
Se extrañó el funcionario, miró al reportero de pies a cabeza y lo negó.
— Discúlpeme, pero yo no lo conozco, primera ocasión que lo veo, dijo con firmeza.
Y de nuevo, creído que era broma, le aclaramos: Licenciado, estuvimos en la casa de gobierno el lunes en una comida con seis personas y el gobernador y el miércoles, anteayer, en el restaurante La Universal, ahí usted y yo solos.
— Perdóneme, pero usted miente, no lo conozco, insistió duro. Había cuando menos cinco personas más, funcionarios y ayudantes de él.
Había que sacar el arsenal de la calle, del oficio, de los amigos y recurrimos a una frase que inventó e hizo célebre el tremendo Miguel Bosques alías El Húngaro, un guitarrista que anunciaba la variedad en La Huerta del cubano Alberto Duarte Segundo, allá rumbo a Cuautla. Como no nos vamos a conocer, si estuvimos presos juntos. Y extrañado, con voz menos pesada, don Guillermo repuso: Yo nunca he estado preso. Y nos despedimos cuando un ayudante del gobernante Carrillo nos urgía: Acuérdese, le doy santo y seña cuando guste. ¡Estuvimos en la misma cárcel usted y yo!
Minutos después parado en la escalinata que lleva a un salón de la hacienda que hace función de comedor, nos hacía señas para que subiéramos. Lo ignoraba un servidor. Al final del evento que se titulabaMorelos Visión 2025, nos seguía por los pasillos, nunca le dimos oportunidad, ya planeábamos que sería el tema del día en esta columna en aquel inolvidable Clarín. El Húngaro Mike tenía por costumbre cuando alguien le presentaba un amigo en decirle con tono norteño: ¿Oye, que no estuvimos presos juntos en Cadereyta? Y luego le funcionaba y mencionaban otros penales del país.
Abordando el auto para regresar, se acercó Manuel Iturbe Castro, un amigo de niñez, del mismo barrio, de siempre noble, que trabajaba para el licenciado González Jameson, para pedirnos hablar con él. No mi Ruso –así le pusimos en la escuela por Fidel Castro Ruz, porque estaba de moda la Revolución Cubana, pocos años atrás–, no puedo hablar con una gente como ese señor. Y su insistencia no funcionó. Horas después estaba en El Clarín. No seas gacho, me ha ayudado, yo acabo de regresar a Morelos y me ha dado la confianza. Aceptamos, de nuevo en la Universal un día después. Le dijimos si de verdad no nos recordó en ese momento, hablamos cuando menos una hora cada vez, presentamos nuestros generales e intercambiamos tarjetas. Soy muy distraído, discúlpame por favor. Fue sincero. Al rato, ya entrado con unos tequilas y su Tongolele –cerveza en una copota— se abrió: Y si, seguro que fue cuando estuve en el Reclusorio Sur, por un asunto familiar, un intestado y tuve problemas con mis hermanos, pero no pasé ni 10 días ahí. Y también le aclaramos que nunca estuvimos, en calidad de presos que conste, en un penal, muchas veces a punto, normalmente por peleas callejeras, lesiones, y que siempre estaba una madre consentidora que no dejó llegar hasta allá. Lo hizo con casi todos: Cuando crezcan me lo agradecerán. Y vaya que sí. Aunque parezca increíble así es. Comisarías, separos, pero nunca juzgados de los penales para tocar el piano. Ninguno de sus siete hijos.
Como que nos salimos del tema pero no, es la incapacidad de los gobernantes que aunque traigan con ellos a expertos, no conoce donde está la calle de Humbolt o Matamoros, o las avenidas Reforma e Insurgentes en Cuautla, menos la Benito Juárez en Jiutepec. No están identificados con nuestras costumbres y formas, no tienen IDENTIDAD y poco ayudan.
Falta de compromiso y pobreza en el quehacer político
(Se alargó, pero le seguimos en unas pocas horas, porque hay que hacerlo y nos faltan varios mandatarios y sus gestiones. Buenos días)