¡Y Faltaba Yo…!

Columna: Prohibido Prohibir

 Por Javier Jaramillo Frikas

Las lluvias traicioneras seguro asustaron a algunos amigos, pero el Teatro Ocampo estaba justo con los que debían estar ahí. Angélica, la quinta en el orden al bate de Don Jara y La Güera, lista para darnos un agasajo de a de veras. Y faltaba yo…, se titula su disco. La suben con sus canciones por las redes, pero este es su disco primero, sola. Nunca ha ganado un peso, seguro que le gasta diez o más veces que lo que llegara a recuperar, pero ese tipo de gustos solo se lo dan los que cuentan con una condición para plantarse en el Teatro Ocampo cuando es cedido, gratuito pues: el talento. Y aunque estamos casi seguros que parte de los que están en esas áreas de gobierno ni lo sabían, allá ellos si no aprovechan en adelante a la gente de Morelos. Esta señora de gran personalidad, comerciante sin tregua, heredera de lo más valioso que forjaron sus padres y hermanos, la fonda, abrió la puerta de frente al kiosko y la lateral de Rayón, a los dueños del lugar donde todos nos divertimos de chavos, nuestro cine, hoy un escenario digno, respetable y la noche del martes, ruidoso, con sabor a guayaba por todos lados y ocupando su sitio cada quien de lo que le pertenece.

Atinado el gobierno del Estado en apoyar el evento vía la secretaría de Cultura que, no tenemos ninguna duda, bien dirige la maestra Cristina Faesler. No supimos quienes estaban en la planta baja, llegamos pasaditos de tiempo con el hijo de la tupida barba y ya no nos movimos, porque Maneti Ramírez –como en el primer concierto de Las Jaramillo en El Triángulo, hace 12 años o más— ya conversaba con la asistencia en tanto, tras las cortinas majestuosas cincho que técnicos se desajustaban con los músicos, entre mentadas de madre y abrazos, como es normal en el medio artístico. Y es que ahí, tras bambalinas, sudaba talento, olía a mar, al pregón antillano, al son, al bolero en esencia, porque la mayoría eran cubanos, cubanazos mejor dicho, dirigidos por el maestro Julio Quevedo, el güero de ojos verdes, grandote y cadencioso, dirigiendo a un percusionista de excepción y tremenda segunda voz como El Negro Oviedo, en el trombón otro negrazo, grandote y carismático que vaya que le haya y, nos decían, comienza a pegar en Miami como cantante de salsa. Es René Campos, pero alborotó al respetable con su figura y su calidad. Un chiapaneco afincado en el DF,Francisco Arcos, con sus guitarras a todo tren, el más chavito en el bajo que no supimos procedencia u origen solo el ritmo que aportaba igual que en la batería el también productor Lalo Zapata, un muchacho que se hacía sentir.

Escuchamos el disco de La Gely hace unos meses, nos exigió no compartirlo con nadie porque lo quería presentar. La tentación duró un tanto, al rato creíamos que se la estaba prolongando y cuando nos tronaba Buscando Guayaba del inmenso Rubén Blades, no pensamos en mares ni barcos y menos salsa, sones o merengues, sino en el olor de Cuernavaca hace todavía 40 años (y que ayer nos ha enviado una señal, por las ramas que brotan de una pared colindante, cayó una fruta bien madura, que la metimos en la recámara y nos invadió, luego la colocamos en un corredor e hizo su parte y luego en una vasija en una mesa en pleno comedor. Olía, huele y va a oler unos días más, a guayaba morelense, y las añoranzas nos envolvieron también). Encontramos la guayaba.

Ya mero, ya mero…

Nos regresamos al Teatro Ocampo, ya tocaba la media luego de las siete, como que era hora, incluso empezaron a aplaudir y se aparece de nuevo Maneti Ramírez, hizo lo que el oficio dicta, todo en paz y se abrió el telón –o cortinotas, porque el lugar, lo repetimos, es sumamente digno–. Pocos minutos, la conductora de Con Sabor a Maneti, mostró sus condiciones en el manejo de este tipo de eventos masivos. Músicos y la imponente figura de Gely y no hacemos referencia a ese cuerpo tan soñado por varios paisanos en los años de prepa –nos han dicho hasta ahora los muy zacatones y lo justifican: es que eran puros hermanos, montoneros, cabrones, ni cómo acercarse… y ya como salida a nombre de los carnales idos y presentes, aclaramos que nosotros si estábamos ocupados en el cine, en el Melchor o Porfirio, en las tardeadas, con las hermanas de ellos. Ni modo, era el Cuernavaca bonito y de muchachas, mejor. Y se escuchaban peticiones por ahí: Gely, Como Yo te Amé, o la canción que emociona a cualquiera y le sale sabrosísima: Te Propongo Algo. Era su fiesta, solo nos sumamos al coro que pedía que ya cantara. Y viene…

Empezaron con un blues de los mexicanísimos Jaime López y Omar GuzmánLa Noche. Suena bien, mucho. Sin embargo, ella se hacía de un lado a otro de un atril que no sabemos qué hacía allí, si las canciones se las sabe.  A no ser que marcaran el orden de las piezas y con quien las cantaría. Chance. Seguía moviéndose. No era, en todavía la segunda rola, aquella que se movía con plenitud las veces anteriores en Plaza de Armas o en el auditorio Teopanzolco. Cómo no, intuimos que La Carmelita –la hermana chiquita que nos ganó el boleto a La Paz—estaba en la mente de su hermana mayor. En la tercera, que no viene en el disco a propósito, se soltó La Beba y ahora sí… ¡párenla!

Y viene Héctor El Tiki Jaramillo, musicazo, orgullo familiar, con una voz de jícamas—cañas y se reventaron Es Qué… del maestro Armando Manzanero. Hormigueaba el cuerpo. Los agudos deHéctor y su juego de voces acomodando a la voz de su tía—madre, emocionaban. Hacía adentro veía y escuchaba su servidor a toda la familia, como que por ahí andaban, como siempre, en fila. Y venía la sorpresa, agradable, una voz conocida, cotizada, de musa de don Armando ManzaneroArantza, y entonaron Para Dormir Contigo. El piano del maestro Julio Quevedo se escuchó más y no era para menos, acompañaba a su esposa Arantza y a su amiga. Generosa Arantza, impecable la Gely, los músicos en lo suyo, derramando sabor…

Me faltabas tú…

Y que venga el maestro José Antonio Méndez… y que siga otro grande, mexicano, don Manuel Esperón, habitante por siempre de esa casa que hoy es la Fonda La Güera en la calle Tepozteco en Vista Hermosa. Vaya casualidades o coincidencias bellas de la vida. Y en tanto los músicos de la banda sigilosos se hacían a los lados o hacia atrás, aparecía un virtuoso de la guitarra, el gran Felipe Valdez. Se quedó en la percusión El Negro Oviedo y esta vez la lluvia era de historia cubano—mexicana porque ahí estaba ya otro grandísimo, al que daremos un espacio aparte porque horas después tuvimos una rica charla en la casa, el tremendo Beto El Negro Bermúdez. Aquel filin que los antillanos hermanos conocieron con José Antonio, agregado al Grande Benny Moré, con su estilo propio, sutil y al mil bohemio de Alberto Bermúdez Bolaños, el negro querido por todos, El Master.

Adoración mi cielo, tu sabes que te quiero, estoy bien convencido, que eres tesoro, mi consentida…y del mismo Méndez Me Faltabas Tu. Se empalmaron las voces y eso ya era un agasajo. Pero apenas: de pronto Gely comienza con una clásica que en el imaginario de los presentes seguro armamos la escenografía de Pedro Infante y su Chorreada Blanca Estela Pavón, con ese Amorcito Corazón que sonaba a gloria y otra del maestro Esperón y también cantaba el ídolo de Guamuchil, Sinaloa y se titula Mía y que en el ambiente local solamente la interpretaba muy bien,  el imborrableJorge El Ney Suástegui y que decía más o menos así: Que dicha es tenerte así, mi cielo, sintiendo tu corazón, latir. Besando con ansiedad tu aliento, quemándome en tu mirar, feliz… feliz. Hay gente que de dolor, se muere… celosa por carecer de amor; qué importa la gente así, si Dios te ha traído a mí, que se haga la voluntad de Dios…

Y el brillo seguía, el espectáculo en ascenso, otro amigo de Angélica, un joven criado en Morelos, argentino, hijo de una leyenda del tango, don Coco Potenza, con una voz de las que no hay por estos lares patrios y quizá solo algunos en la tierra de los gauchos. Es Freddy Potenza y extraordinariamente cantaron Arráncame de Vida, un tango de Chico Novarro –el inmortal Agustín Lara hizo otro tango con el mismo título, por cierto—y se alborotó el asunto con la presencia dePotenza y se escucharon gritos peculiares como la de Patty, una de las más conocidas vecinas de Los Patios de la Estación y el ALM que le gritó: Vamos cocho, chiquititito. Cancionzazazazaza, dirían.Arráncame la vida de un tirón, que el corazón ya te lo he dado. Sacude uno por uno mis latidos, pero no me lleves al camino del olvido… y tiene un final de esos de rompe y rasga cuando se dicen Adiós.

Pasa el tiempo y el ambiente sabroso, pero la artista se cansa, los músicos ya quieren su pegue y faltaban dos más. Una de José Alfredo Jiménez: Maldito Corazón que casi todos tararearon y muchos cantaron y en compañía de un listo Tiki que apretaba el ritmo a sus colegas para el cambio de ranchero lento a algo así como Rock—Blues con La Chancla que fue palmeada por el respetable. Y no podía dejar de presentar a uno más de esta camada de artistas –la otra de futbolistas, peleadores callejeros, escribanos y unos que otros en la grilla y la artisteada por puro amor al arte–, el hijo de laCarmelitaJosé Alfredo, que se reventó un bolero bien entonado, con potencia y enseñó que si escucha a los que conocen del oficio –tiene un hermano que está probado—la va a hacer chillar.

Beto El Negro Bermúdez

Dirían los chavos hubo un after que lo entendimos cuando nos deleitaba Bruno, hijo de Gely, de oficio chef,  a más de una centena de amigos y familia y ahí, con Laura García Rojas, la hija de doña Cholita en medio, nos entrometimos para platicar con el maestro Alberto El Negro Bermúdez. No podemos dejarlo ir nomás por nomás. Es un personaje en Cuba y en el México Bohemio. No llegaba a la veintena y era de los cantantes de orquesta de Enrique Jorrín, la Revolución Cubana se asomaba por las tierras aztecas y ya grababa con Benny Moré. Estuvo en su tierra hasta hace más de 20 años cuando se radicó en México. Por cosa de días, semanas, llegaba Ry Cooder, el productor que re descubrió para el mundo a los grandes talentos cubanos como Compay SegundoRubén GonzálezOmara PortuondoIbrahim Ferrer y ese único Buenavista Social Club. Con todos estos hacía equipo, eran los bohemios de Cuba. Lo buscaron aquí, lo querían. Fue difícil, ya no estaba en su tierra querida. La vida es una novela, diría el viejo húngaro Mike

Habrá que traerlo pronto, es un bohemio total. Y dos breves anécdotas:

1.- Alguna ocasión le preguntó al Bárbaro del Ritmo Benny Moré por qué no iba a México si era un exitazo. Moré, aquel de Como Fue es para los antillanos lo más grande entre los varones como Celia Cruz entre las damas. Benny le dijo: negrito, no puedo ir a México, por ahí quedé en malos tratos con los hermanos de una muchacha, tenemos un hijo, si voy por allá me van a buscar. Sin embargoMoré era contratado en Los Angeles, en Holliwood, en Nueva York, Miami, Venezuela, donde quiera. Un fenómeno de la música, pero no volvió por México.

2.— Cuando Ry Cooder realizaba su proyecto y ni sabía cómo lo llamaría seguramente, preguntó a la pléyade de talentos veteranos que tenía, sobre una canción que cuadraran con Omara Portuondo –para quienes la hemos escuchado, un portento— y ninguno se animó, le decían al norteamericano que no lo podrían hacer. Sin embargo, entre los asistentes, alguien le comentó que a una cuadra del estudio, estaba un personaje de la vieja guardia que, quizá, era el indicado. Lo envió un tanto desesperanzado. Ahí sentado en un banco estaba un hombre mayor, con una cachucha muy cubana lustrando unos zapatos blancos que recargaba sobre sus piernas, Un cliente se los dejó. Le comentaron de la paloma con el gringo, dijo que no podía dejar ese, su trabajo desde que se acabó la vida de los boleros. Le mostraron como pagaba Ry Cooder, los dólares. Encargó los zapatos y fue al estudio. Le preguntó el productor si podía hacer esa canción, le dijo que sí. Era notorio que las manos de este artista reconocido en la isla tenían pintura blanca, negra, café, finalmente lustraba zapatos. Lo escuchóCooder y se embelesó. No sabemos si la complicada canción es Silencio que canta a dúo con Omara Portuondo, pero Ibrahim Ferrer regaló su cajón de dar bola y se hizo, hasta su muerte, el grande que siempre fue.

Es una partecita del grupazo que nos trajo Angélica Jaramillo el pasado martes al Teatro Ocampo. Son de ese tamaño estos cubanos—mexicanos. Y El Negro Bermúdez, humilde, tremendo señorón que, además nos dijo que tenía dos hermanos en Cuernavaca, que si los conocíamos y los saludáramos. Cuando nos dijo sus nombres le aseguramos que sí, incluido un abrazo: su paisanoCarlos Guerrero y el licenciado Víctor Samuel Palma César. Personajazo don Alberto El Negro Bermúdez. Y canta como nadie…

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