Por Javier Jaramillo Frikas
Scherer, Leñero y Reynaldos
* Güerito, el periodismo es una chinga, apúrate que tenemos que cerrar”,
dijo el jefe de información de unomásuno, Marco Aurelio Carballo
al reportero de la fuente diplomática, Agustín Gutiérrez Canet
que preparaba su máquina para hacer la nota de alguna embajada. Agustín
se levantó, le dio un jalón a su puro y le sorrajó todo
el humo en el rostro a Carballo. ¿Ah sí? ¡Pues chíngate tú!
(Una de tantas anécdotas de Carlos Reynaldos Estrada)
Así, con días de pequeña distancia, dos periodistas mexicanos de primerísima, dejaron el teclado. Grandes, mucho, irrepetibles. Una amiga, luchadora social, Leticia Hernández Salinas, nos envió un mensaje para pedirnos algunos pasajes con don Julio Scherer García y Vicente Leñero. Seguro tienes alguna anécdota, compártela, dijo. Qué más hubiera deseado este que escribe que vivir la cercanía con tan distinguidos y respetados personajes de la vida de México en los últimos sesenta o más años. No. Fueron breves, quizá pequeño con don Vicente y dos ocasiones con don Julio. Y se debieron a un querido amigo, Carlos Reynaldos Estrada, reportero de Excélsior desde principios de los setenta y fundador de Proceso en noviembre seis de 1976.
Carlos, el querido Reynaldos, nos acercó a Julio Scherer una tarde-noche de 1982–83, en la calle Fresas 13 de la colonia Del Valle, sede de la institución llamadaProceso. Éramos una delegación de la Vanguardia de Periodistas Morelense Gilberto Figueroa Noguerón, un morelense, gran gerente general de Excélsior en los cincuenta y sesenta, nacido en Puente de Ixtla que en asamblea se determinó llevara su nombre la naciente organización, no sabemos si la primera en la historia, pero la única en ese momento, creada tras reuniones bravas entre colegas de la época y que determinó su primera dirigencia en una elección donde contendimosJosé Luis Rojas Meraz, excelente reportero de Diario de Morelos y un servidor, subdirector del Diario Opción. Tuvimos el voto mayoritario que siempre nos bromeaba Rojas: Qué les diste, de a cómo fue, porque tuviste 46 y yo solo dos, el mío y el de Teresa Sánchez García (reportera jovencísima de 18 años de edad, fiel seguidora de José Luis). Y siempre le contestamos: Las elecciones se ganan hablando uno a uno, así le hice. Finalmente El Negro Rojas —asesinado brutalmente en junio de 1994 a unos cuantos días de llegado Jorge Carrillo Olea como gobernador, en la víspera del 7 de Junio, mal llamado Día de la Libertad de Expresión— fue nombrado por todos como vicepresidente. Era vital, el Diario de Morelos lideraba periodísticamente la tarea en la entidad y muchos somos producto de la escuela que don Federico Bracamontes Gálvez, creó en las primeras redacciones.
Reynaldos era asesor de la Vanguardia y siempre increpaba: Pinches Morelitos, nada más llegan a Tres Marías y comienzan a temblar al oler la gran ciudad. Así que programó algunas visitas a medios que trascendían como Proceso y unomásuno. A la subdirección de este último, a cuyo frente estaba otro grande recientemente ido, Miguel Ángel Granados Chapa, autor de Plaza Pública, llegamos la comisión: Paco Guerrero Garro, Hugo Calderón Castañeda, Magdalena Olivares,Teresa Sánchez, Juan Emilio Elizalde Figueroa, en tanto Carlos Reynaldos esperaba afuera, fumándose el enésimo cigarrillo del día, sentado en una banqueta.Yo no entró, tengo algunas enemistades ahí, le explicas a Miguel Ángel, ordenó. Carlos fue fundador de ese diario, nombrado jefe de corresponsales nacionales, a su salida de Proceso.
Gentil, Granados Chapa no solo se comprometió a brindar una conferencia en la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, sino ahí mismo se comunicó conManuel Buendía para que hiciera lo propio. Empatemos fechas y allá iremos, dijo Miguel. Nos llamó la atención que en la mesa de redacción, casi cocinada la edición entraba un morelense que trabajaba cercano a Granados: Chucho Bello Ocampo, primogénito del licenciado Jesús Bello Espíritu y hermano del abogadoHugo Bello Ocampo. Saludo rápido y la explicación igual de breve: Tengo algunos meses cerca de don Miguel. Chucho, por cierto, un profesional corrector de estilo y fina redacción. El subdirector de unomásuno (a propósito nombre sugerido por un gran amigo al que enviamos un fuerte abrazo, Eduardo Deschamps Rosas, jefe de la sección de Cultura del Excélsior de Julio Scherer.
Y de regreso a Cuernavaca con el segundo paso dado y les comentaremos otra ocasión cual fue el primero, donde conoció el que redacta esta columna a Granados, a Buendía, a don Francisco Martínez de la Vega, a Magú, a José Luis Camacho, Maysa Moya, Elías Chávez, Rogelio Hernández, Jorge Meléndez, en el bando de los reporteros, mientras en la otra fila a los editorialistas políticos de izquierda como Fernando Pineda Menez, Rosario Ibarra de Piedra, Pedro Peñaloza,Eduardo Valle El Búho, a don Manuel Marcúe Pardiñas y casi estamos seguros a Graco Ramírez, hoy gobernador de Morelos. Fue un trago gordo que terminó en una relación inolvidable con los periodistas previos a una elección de la Unión de Periodistas Democráticos de México —la UPD—.
Aquí, un día después Carlos Reynaldos llamó a Elenita Guerra, la secretaria de siempre de don Julio Scherer, lo pasó de inmediato con este señorón y le expuso la inquietud de los noveles reporteros morelenses. Con gusto Proyectazo —así nombraba cariñosamente Scherer a Reynaldos— venga con los muchachos, los atiendo. ¡Faltaba más, eres de casa!, repetía esto último, satisfecho, Reynaldos. Y se hizo la visita.
Con antelación llegamos a la revista, nos invitaron algo de tomar en la planta baja, Reynaldos abrazaba a sus compañeros de lucha, a Elías Chávez, a Manolo Robles. Íbamos seguramente los mismos de la visita a Granados Chapa. Nos subieron a la planta superior y nos atendió Rafael Rodríguez Castañeda —hoy director de Proceso— y un Carlos Marín que aceleraba los trabajos de producción. Qué pasó tocayo, dijo el poblano a Reynaldos y este le contestó de no muy buena gana. Contemporáneos en Excélsior y Proceso, parecía no llevarse muy bien. De pronto se abrió una puerta y apareció Julio Scherer afectivo, saludando de mano a los varones y con un beso a las reporteras. Les pido unos minutos por favor, necesito Hablar con Carlos Reynaldos, trataré ser breve muchachos, tomó del hombro a nuestro asesor y lo llevó a su oficina. El tiempo pasaba, en tanto Rodríguez Castañeda y Marín se metían en su tarea. Se notaba el oficio de ambos,Rafael jefe de redacción y Marín de producción.
¿Qué sería? Media hora o cuarenta minutos cuando se abrió la puerta y aparecieron, de la misma forma con don Julio tomando del hombro a Reynaldos y nos invitó a pasar. Conocíamos a Carlos, estaba pálido, azorado, incluso se notaba lloroso.
De pie —las sillas no eran muchas— invitamos a don Julio a que nos regalara una conferencia en Cuernavaca, pero fue contundente con una amable sonrisa. Me encantaría, su ciudad es hermosa, voy seguido por allá, pero si acudo con ustedes tendré que aceptar otras invitaciones que tengo y sería de mi parte descortés. Pero les tengo al indicado: Rafael Rodríguez Castañeda, es un maestro del periodismo, invítenlo y yo les ayudo a convencerlo. Ya lo verán, es increíble este hombre. Nos llevó a la sala dejando la puerta de la dirección abierta y se despidió igual de amable, un tipazo y buen anfitrión. Notó que Reynaldos no estaba por ahí y dijo: Si lo ven abajo le dicen que quiero abrazarlo, si salió háganlo por mí. Nos despedimos de todos, fijamos fecha con Rafael Rodríguez Castañeda y salimos de la mítica publicación. Cerca de los autos estaba Reynaldos, con un cigarro y sin ganas de hablar con nadie. El regreso fue silencioso. Ya solos, Carlos soltó parte de lo ocurrido en su encuentro a solas con Scherer. Te lo digo a ti cabrón, guárdatelo un rato, pero Julio me reclamó y con razón: le fallé. Hice la investigación de la familia que posee la mitad de las propiedades en Cuernavaca, pasé semanas entrevistando gente despojada, me metí en los archivos del Tribunal de Justicia con la ayuda de su presidente —el licenciado David Jiménez González— era lo que veías que escribía y no quería que nadie lo leyera. Era mi regreso a Proceso acordado con Scherer y fallé. Me lo reclamó con cariño, pero las palabras de Scherer cuando se trata de un trabajo, son navajas que te sangran.
— ¿Y ese trabajo Carlos, te pasaste un madral de tiempo haciéndolo?
— Lo fui guardando en un departamento de Edgar Hernández —periodista que en ese momento era director de Caminos y Puentes con Fernando Gutiérrez Barrios, instalados recién en Cuernavaca— su hermana se mudó y no lo encontramos. No imaginas todo lo que hay allí. Es la historia documentada, con expedientes, hechos de sangre, despojos y alianzas con el poder. En el trayecto lo fui comentando con Scherer y estaba entusiasmado y ese fue el reclamo. Ningún insulto, solo me repetía que era injusto con los lectores de Proceso, era injusto con la sociedad de Morelos, que era injusto con él que discutió con Vicente y la plantilla editorial mi retorno. No se vale, Carlos, no se vale. ¡Eres injusto con todos! ¡No se vale Reynaldos!”.
— ¿Y?
— Me hizo llorar, me abrazo fuerte y me dijo: Vamos a pasar a tus amigos Proyectazo. Ahora sabes porque me llamaba así desde Excélsior, en Proceso.
Ese trabajo de Carlos Reynaldos por ahí debe andar, era de acuerdo a sus palabras que siempre eran verdades, una de las razones para mostrar las formas de, lo repetiría tres veces: Robarse la tierra donde nació Zapata. Esa larga noche Carlos Reynaldos no quería quedarse sólo. Y amaneció con algunas cajas de cigarrillos y coca colas regadas en la redacción de un pequeño diario de la calle de Bassoco. A las ocho de la mañana comíamos una panza en La Güera del mercado.
Con Vicente Leñero sentía un agravio: en el libro Los Periodistas -—crónica insuperable del golpe a Excélsior en julio de 1976— en la página 198 hacían la siguiente referencia:
— No hay calma esta noche para cuidar estilo y técnica noticiosas. Comilas comillas comillas y a la chingada. Se levantan los reporteros para ir a averiguar cómo anda la grilla. Carlos Reynaldos, ayudante, bajó a reportear a talleres y dice que el salón de asambleas está desierto, no se verificó entonces el rumor de que lo iban a ocupar desde hoy los reginistas y a mantener una guardia toda la noche para que cuando mañana nosotros lleguemos y encontremos todas las primeras filas de asientos ocupadas se cumple aquel dicho acuñado desde el 68: el que gana el salón gana la asamblea. Por lo menos ahora está vacío, pero dicen que hay muchos porros en rotativas y según se corre la voz entre ellos mismos mañana llegarán halcones y agentes disfrazados, golpeadores profesionales: eso dicen, reportó Carlos Reynaldos en talleres pero solo estuvo un rato y subió corriendo porque no te creas, se le frunce a uno.
Pasaron muchos años con Reynaldos clavada con una espinita que trató de sacar en un fortuito encuentro con Vicente Leñero en El Centro Libanés. Salíamos de comer y el autor de Los Albañiles arribaba con dos personas. Se saludaron con un abrazo, nos presentó a don Vicente y le reclamó como sabía hacerlo:
— Oye Vicente, no era ayudante de redacción, mi trabajo, si lo recuerdas bien, estaba como redactor en corresponsales y la agencia de noticias. Mientes en tu libro,Vicente.
— Tienes razón Reynaldos. Me disculpó. ¿Puedo abrazarte?
Y se fundieron.
— Cuánto tiempo para una aclaración, de una cuartilla en un libro que lleva cientos. Pero ya me siento bien. Y gritó al aire cuando encendíamos el carro: ¡Perdoné aVicente Leñero! ¡Perdoné a Vicente Leñero luego de 20 años! ¡Lo perdoné!
El único que lo escuchaba era su chofer en turno y amigo de tantos años. Lo conocíamos y venía a la memoria, esos meses de 1987 que pasamos muchos días para echar a andar el modesto Clarín. El diseñó el directorio. ¿Entonces soy o no soy el subdirector?, justo el 4 de octubre. Ya lo hablamos Rinaldi, ponte a chingarle, fue la respuesta. El diario salió por única vez como vespertino en el destape de Carlos Salinas de Gortari. Reynaldos ideó tener cuatro portadas y listas las interiores. Cuando anunciaban que era Salinas, ordenaba al impresor que echara a andar la lámina tal con la cabeza: Humo en el PRI: fue Salinas y a regalar papel por oficinas y calles de Cuernavaca. Estaba feliz. Hubo otras tres portadas: de Manuel Bartlett, de Sergio García Ramírez y alguno que se nos olvida.
Al día siguiente, apareció directo a la silla donde platicábamos sobre el desarrollo de la edición del día, cuando llegó con una cuartilla papel periódico y la aventó en el escritorio: Es mi renuncia, ya fui al taller a que me quiten del directorio. ¡No te aguanto ni un segundo más, cabrón! Y salió. Regresó por la noche y pidió su coca cola, se acomodó y dijo: Yo ya cumplí en la previa, de aquí en adelante, eres mi gran amigo, el hermano que nunca tuve, pero trabaja para todos, que de aquí vamos a vivir.
Carlos Reynaldos nos permitió conocer y aprender lecciones de personajes imborrables del periodismo como Scherer, Leñero y Granados Chapa. Seguramente lo han aceptado en el grupo de ajedrez o dominó. Tipazos…