- “POR LA LIBRE” Y LA NARRATIVA DOMINICAL DEL PROFESOR
- IGNACIO CORTÉS MORALES.>>
(LUNES 21/NOVIEMBRE/2022)>>
Publicación dominical La comandante Por Ignacio Cortés Morales.>>
- Entrega 20>>
- Droga en el espectáculo.>>
- Capítulo V 20-11-22.>>
Las siguientes noches fueron de antro en antro y en todos, invariablemente, se encontraron a un distribuidor de droga. En las películas antiguas se ve a las jóvenes de falditas cortas y grandes escotes con sus mostradores individuales con toda clase de cigarrillos, dulces y chicles, pasando por entre las mesas ofreciendo su mercancía. Ahora el tipo que se coloca en un mesa, en esa ambigüedad de querer pasar inadvertido, pero al mismo tiempo que se le vea para que venda la mercancía; para el que sólo va a divertirse o tiene otra clase de vicios, ni lo toma en cuenta, ni sabe que ahí está, pero el que necesita la coca, lo identifica de inmediato, paga y se retira. Si es urgente, paga y se va a los sanitarios y ahí forma la tira para inhalarla y ya sale girito. Los hay que entran casi cayéndose y al salir, listos para seguir en el trago. Sólo van a eso al lugar, a comprar y consumir la droga. Es evidente que es de buena calidad por los billetes de alta denominación con los que se paga. Aquí nada de 200 pesos el pericazo; todo en dólares por ser producto de exportación; tampoco hay nada fiado. Sabedora la comandante de la mesa asignada para el vendedor, colocó un micrófono, y desde su llegada empezó a escuchar, tanto ella como Ruperto que esperaba en el auto; Enrique iba con ella. Se grabaron las conversaciones. Llegó un hombre maduro que se sentó; el vendedor se puso evidentemente nervioso, “aguántenme un poco. Las cosas no me están saliendo bien”, pero no convencía a su interlocutor. “Ya van tres veces que vas por mercancía y no llevas dinero”. El vendedor se frotaba las manos, se sacó el sudor con el pañuelo. “Tampoco en las cartas he tenido suerte más que las primeras tres noches, lo demás sólo derrotas. La verdad es que no lo entiendo”. El hombre maduro tomó las cosas con calma y con aire paternal le dijo que debía 57 mil dólares, y le preguntó que cuánto traía, le respondió que 15 mil, que pensaba llevarlos para que le dieran más mercancía y plazos para ir pagando, que era cumplido, “pues sí, muy cumplido, muy cumplido pero ahora no. Ya sabes cómo les va a los que fallan. ¿Cuántas noches llevas malas en el casino”, y el joven le respondió que ocho. “Excelente, la ley de probabilidades dice que ya te toca. ¿Por qué no lo intentas, quien quita que en una jugada te recuperas. Cuado termines te vas al casino, ahí nos vemos. Yo hablo con quien sabes y que mañana lo verás, que te esperen. Vas a jugar tranquilo. Te aseguro que esta noche te salvas”. El chamaco dio las gracias, se sentía aliviado y pensó sinceramente que su interlocutor era su amigo. Como a las dos de la mañana salió el joven; Ruperto esperaba, Enrique se había adelantado para ir por el auto y la Comandante salía tras del vendedor. Ya en los autos empezaron a seguir al muchacho a prudente distancia. “Ruperto llegas y buscar el cuarto de las computadoras. Estos casinos tienen trampa; ningún número, ninguna carta, nada, es al azar, todo es cuestión de encontrar la clave y está en el cuarto de computadoras. Te encargo. Enrique estarás entre las mesas de juego y a ver qué escuchas decir al personal, estoy cierta que tienen comunicación permanente para asegurarse que todo sale bien. Así lo hicieron, Ruperto encontró el cuarto de computadoras; eludió las cámaras de seguridad sabiendo su funcionamiento, gracias a su experiencia, mientras que Enrique descubrió que cuado le traen al hombre de la ruleta refresco de cola, él empieza a tocar constantemente un cierto lugar de la mesa y lo complementa con el pie derecho. Es una señal, él puede hacer el manipuleo; es cada hora, seguramente cuando en el cuarto de computadoras se atiende otra mesa, la del póker, por decir algo. En ese tiempo debe correr una serie de números y el que está en la mesa, cuando ve las apuestas, maneja a los ganadores, si le conviene deja seguir la serie prevista. La casa tiene a dos o tres empleados jugando y saben a qué número y color apostar, así que el ganador es un empleado. Mucha de esta información se tiene; la policía la sabe, pero permite que muchos casos esquilmen a los clientes que no protestan, pensado que todo es por la suerte, cuando que no se mueve una hoja si no está previsto; no sale una carta ni un número por la suerte, sino por el manipuleo, lo que es un fraude y la policía lo sabe. Seguramente llegan maletines cargados de billetes para los responsables de las corporaciones policiacas que se hacen patas. La Comandante, mientras tanto, constató que siete de los diez jóvenes vendedores de coca estaban jugando, igual que varios artistas. Algunas y hasta algunos principiantes en el mundo de la actuación, el canto, baile, modelaje, ahí estaban, siendo compañía de hombres y mujeres mayores, incluso hombre con hombre y mujer con mujer, en este mundo de libertades, y la guapura era de acuerdo a lo abultado de las carteras de unas y de unos, en un ambiente de escenografía, de oropel, de ficción que va entre lo que se quisiera que fuera y lo que es, y entre los dos existe un universo de distancia. Las apariencias por encima de todo, y los dólares circulando. Mil dólares, dos mil, tres mil, lo que fuera para una noche especial, y algunos de varias noches. Ya hasta su mesa especial se les asignaba y hasta compañía si llegaban solas-solos. Al día siguiente, el plan en acción, Enrique jugaría, Ruperto tomaría el lugar del que cuida la mesa de la ruleta o lo vigilaría de cerca, lo que sea; no necesitaban sino diez minutos para ganar dinero para su propio fondo y no tener que depender de la oficina para ciertas tareas. Cada uno fue llegado, y en un momento determinado, los tres entraron en acción; Enrique en la mesa con mil dólares, Ruperto se acercó al hombre que manejaba la ruleta y la Comandante a distancia, en la vigilancia periférica. Ruperto se acercó al hombre de la mesa, Enrique apostó al siete rojo. – Mantén las manos donde las vea y los pies también; si desobedeces, antes de que cualquier ayuda que te pueda llegar, habré disparado tres veces y te perforarán las entrañas. Sereno, moreno, y deja que la vida siga. Sin trucos, los pies un ligero paso hacia atrás. Sólo suelta la pelotita y no hagas nada más. El ritmo llévalo, el de siempre, no te retraces. A tus dos mujeres no les va a gustar recibir un cadáver. Los cadáveres se ponen feos, ya no hacen el amor, ya no llevan dinero. Ni creas que la empresa respaldará a tus mujeres, y si te mantienes quieto, no pasará nada, dirás que pensaste que el control se tenía desde la computadora, que no te diste cuenta del refresco, que te distrajuste. Sólo serán diez minutos, cuatro jugadas y te daré las gracias. En las siguientes apuestas repones a la casa y te llevarás tu comisión que la haremos llegar a tu domicilio y nunca nos volverás a ver. No nos dedicamos a esto, así que será debut y despedida, amigo Martín, y no haga pucheros. No me gustaría ensangrentar estas alfombras. Sale cara la tintorería y tus patrones son austeros para los gastos. Así, en hilera, siete rojo, trece negro, 20 negro y 29 negro. Inmediatamente Enrique suspendió el juego, tomó sus fichas y pidió el dinero. Ruperto no se movió. La comandante al pendiente. Cuando le llegó el dinero, salió escoltado de la Comandante y Ruperto atrás. “no hagas olas y reza para que el incidente pase inadvertido por tus patrones para que no tengas problemas. Gracias por tu ayuda. Mañana te buscamos para darte tu comisión. Eres nuestro cómplice. Ayudaste a quitarle un pelo al gato; no es nada. Te lo mereces, te explotan demasiado”. Subieron a sus coches alquilados y se fueron; con los suyos, evidentemente, no los hubieran dejado pasar. Al día siguiente en la oficina, cien mil dólares para el fondo del combate a la delincuencia y sin moches como pudiera suceder en algún congreso que se da el dinero de combate a la delincuencia y van, de por medio, plazas y negocios para algunos diputados, como pudiera ser en ciertos lugares del mundo, tan lejanos a nosotros que ni sabemos dónde, ¿o sí lo sabemos?, ¿sospechamos de álguienes?. Los que conocemos son puros y santos, impolutos, a punto de ser canonizados. Cinco mil dólares se los llevarían al hombre de la ruleta. De algo le servirán. – Siéntese, Ruperto, Enrique. ¿Quieren saber a quiénes pertenecen los antros que hemos visitado?. Aquí están, todos ellos familiares, amigos y prestanombres de la empresa televisiva. Y del Casino, igual. Se fijaron que muchas de las y los jóvenes que ahí estuvieron son actores en ciernes. Enrique, ahora que hables con la periodista trata de averiguar si hay catálogos. Estoy segura que la empresa los tiene y que también incluye actores, actrices y cantantes consagrados por un precio más alto. Son las acompañantes de políticos y empresarios encumbrados. Nada se deja a la deriva, todo se domina, no hay fuga de capitales, por eso se pueden pagar altos sueldos. Casi todos los artistas tienen vicios y aquí se les cumplen: el juego, las drogas, mujeres-hombres, y casi estoy segura que a nadie se le da una compañía al azar, sino que es directo lo que se requiere. Mujer u hombre que los haga gastar de más en ropa, viajes, lujos, drogas, joyas, juego, y los van llevando. Lo que reciben en una ventanilla lo pagan en la otra. Ahora es cuestión de probarlo para que valga, de lo contrario, son conjeturas que ningún juez va a aceptar, no tiene sustento. Vamos por las pruebas, ¿les parece?. Así que a trabajar, jóvenes y nos vemos mañana. – Muy bien Jefa. – Ya te dije que no me digas La Jefa; La jefa es la amiga del político que sufre Alzheimer y no se acuerda de nada. Tal vez un día investiguemos ese caso, aunque sea por nuestra cuenta. En ese momento tres hombres trajeados, portafolios en mano y en la otra, el que iba adelante, una demanda. “No los pude detener”, dijo la afligida secretaria. – Señora, una demanda por extorsión al casino Azul. Les espera la cárcel a los tres. Aunque sean policías, lo van a pagar…