“POR LA LIBRE” DEL PROFESOR IGNACIO CORTÉS MORELES.>>

  • “POR LA LIBRE” DEL PROFESOR
  • IGNACIO CORTÉS MORELES.>>

(MARTES 27/DICIEMBRE/2022)>>

Sucedió en Navidad 2022 Por Ignacio Cortés Morales.->>

 Capítulo IX de IX Don Alberto se preparaba para regresar a sus negocios, un día después de lo acostumbrado, hoy el 26 de diciembre, pero le filtraro amigos que el alcalde y su primo serían aprehendidos por la mañana y él quería verlo de cerca; “es un nefasto, y si se le deja en la alcaldía seguirá, y luego otro miembro de la familia; al pueblo terminaría por cooptarlo o por intimidarlo, por lo que urgía que se tomaran medidas; había suficientes elementos para que se le detuviera, junto con el primo, se siguieran las investigaciones y caerían más de sus cómplices. Las horas de la mañana pasaron sin novedad, hasta que le hablaron por teléfono para informarle que no podría ser la detención, que alguien le dio el pitazo del hecho y logró la protección de las leyes, así que mientras no se resolviera, no se podría hacer nada sobre el particular. Una vez más la impunidad. El alcalde era muy amigo del fiscal, además de que tenía contactos diversos, por lo que cualquiera le pudo colar la información para dejarlo seguro, “pero no será por mucho tiempo; tarde o temprano caerá. Lo mejor sería que el pueblo le quitara el poder con el voto, pero, en ocasiones pienso que todavía se está lejos de alcanzar ese nivel de democracia en distintos puntos del nivel que se desea. Algo tiene qué pasar por el bien de esas comunidades tan desamparadas en manos de caciques, aunque también, se debe reconocer, hay culpa en la propia población. Junta, ¿quién le puede hacer frente?”. Le habló a la señorita Berenice para pedirle que se alistara todo para partir después de la comida que todavía se haría en el hotel, que no quería hacer paradas en el trayecto. La asistente inmediatamente trasmitió la orden al señor Martínez, quien dispuso lo conducente, pero pidió una hora más, es decir, tres horas, no se tenían esos planes, pero las tres horas fueron aceptadas sin problemas. Una hora no alteraba nada. Ya estaban Matías, su hijo y su esposa; el niño prácticamente restablecido; Aurelio con su mamá, una señora de edad avanzada que también se iría con ellos, y Pepe con su familia, a la que habría recuperado muy pronto y se esperaba que fuera para siempre, lejos de la violencia que se vivió por mucho tiempo. Arturo y cuatro de sus compañeros, los únicos que habían quedado, al igual que Berenice y don Alberto; el doctor había partido un día antes, después de que la señora que tuvo a su hijo en el patio del hotel el mero 24 de diciembre alrededor de la media noche, fue dada de alta el 25. La misma noche del 24 pasó a una de las habitaciones y el 26 de temprano siguió su camino con su esposo y el niño. Don Alberto dijo que no podría ser el padrino del niño, pero les dio un buen respaldo y le dijo que si necesitara trabajo, que lo fuera a ver; “siempre hay espacio para quien quiera comprometerse con la empresa y sus compañeros”, le subrayó. Don Alberto, ya listo para salir, bajó de la habitación para revisar, junto con Berenice que todo estuviera listo para la partida, y después de constatar que a su asistente le sobrara diligencia, se fue al jardín, un pequeño espacio en el hotel, en la parte de atrás. Llevaba un libro de notas, apuntes, pendientes y demás. Decía que la tecnología había avanzado mucho, pero que prefería tenerlo todo en pluma. Total, si se requiere, se le saca una foto o se escanea y listo, pero no hay nada como estar en contacto con el papel; tampoco leía libros en Internet; todos deberían ser de papel; “la textura, el olor, como que uno entra en contacto con los autores, los personajes”, así que a seguir con esa costumbre que tanto le agradaba. Se sentó debajo de un árbol que daba la suficiente sombra, en la mesa puso la libreta y ocupó una de las tres sillas. Fue checando los pendientes que quedaban de la visita de este año, y el principal era el del alcalde, pero se iba con la satisfacción de salvar a la hija de don Lencho, con el trasplante de corazón, igual a las vaquillas, a las cuatro, y darle un par de coscorrones al corrupto; “fueron 20 millones, doce que se dio al pueblo y los ocho que recuperé al pagar la libertad del papá de la joven, pues había sido detenido para obligarlo a vender un terreno que compré sin abusar”, y aunque el presidente municipal lo invadiera, tarde o temprano pasaría a su poder; “sería para un pequeño teatro al aire libre. Ya veremos, pero primero a erradicar a ese rufián, protegido por el fiscal y por personeros de medios; tan corruptos unos como otros”. Ensimismado en sus escritos, no sintió que se acercaba donde se encontraba, con suavidad, como no queriendo causar ningún sobresalto, sólo con la intención de despedirse, de agradecerle lo que ha hecho por la comunidad desde que empezó a ir, ya diez años. – Don Alberto, me informó la señorita Berenice que estaría usted aquí. Le ruego que disculpe mi osadía. Vengo a agradecer lo hecho por este lugar en los diez años que le hemos tenido por acá. Es admirable. Usted es el hombre de los milagros, anoche me tocó ver uno que en mi vida hubiera imaginado, recrear lo que se vivió hace más de dos mil años, y con todo y animalitos y estrella y establo. ¡Increíble lo que sucedió!. – Señorita, buenas tardes, qué gusto me da verla. Pero siéntese, hágame favor. De lo demás, fueron casualidades que se desencadenaron. Quizá si se hubiera planeado no hubiera sucedido así, con toda su belleza, su esplendor. Jamás lo hubiera esperado pero qué bueno que se presentó, que nos tocó verlo en la noche del 24 de diciembre. Si lo contamos, quizá no nos crean, ni auque vean las fotos y los vídeos. Pensarán que es ua pastorela, que se preparó para salir con esa precisión de las 12 de la noche, pero nosotros sabemos que sí sucedió, que hubo magia para no olvidar jamás, y todo salió bien. Si hubieran encontrado otro lugar para hospedarse, no nos hubiera tocado. Se fija que por detalles las cosas cambian o pueden cambiar de manera radical. La vida es así. ¿Podríamos decir que el hombre y sus circunstancias, para citar a Ortega y Gasset, arquitecta?. – ¿Por qué es usted tan ceremonioso, don Alberto?. ¿Yo tendría que llamarle maestros, doctor?. – No señorita, no tengo muchos estudios. Mi profesión es el trabajo y tener la fortuna de encontrarme un equipo de trabajo excepcional, dispuesto a hacer las cosas de manera admirable, desde el primer episodio de la confección de la ropa, hasta la entrega. – Nuestra compañía trabaja con la ropa suya porque nos parece de excelente calidad y barata, y mire que se buscó hasta en el extranjero. – Normal, querer compararnos con lo extranjero. – No lo tome así; es comprensible que una gran compañía busque lo mejor en todo, y eso fue lo que se hizo con la nuestra y lo mejor fue su ropa, lo que, además, nos permite excelentes ahorros por su durabilidad. Se han dado casos que se pide a los empleados que cambien la ropa y se les entrega nueva; se tienen que poner la nueva aunque la que traen está en buenas condiciones. Debe sentirse muy orgulloso de su trabajo. – El de mis compañeros, porque son ellos los que la elaboran. Yo todo lo veo a la distancia, y así fue desde el principio. Yo tenía la idea, pero no sabía cómo hacerle, así que me dije, quiero hacerlo, no sé, pero seguramente habrá quien sí lo sabe hacer excelente, y me di a la tarea de buscar a cada uno de los especialistas y los encontré. Cuando no estuvimos de acuerdo con la tela, queríamos mejorarla, entonces la elaboramos nosotros y fue otro éxito, y así con todo. Lo que no había en el mercado o no nos gustaba o satisfacía, lo fabricamos nosotros, hasta las maquinarias; todo se fue generando por la necesidad, y me da mucho gusto. Después vendimos maquinaria, telas, diseños, acabados, formas de venta, y todo. – Si los demás tenían los mismos materiales que ustedes, sus maquinarias, ¿por qué nadie los alcanza?. – Por nuestro compromiso, porque aquí nadie tiene permiso de cansarse. Lo más importante, a todos se les trata no como empleados, sino como familia. Se les paga bien, se les atiende y saben que al fallecer yo, todo eso será de ellos porque ellos lo construyeron con paciencia, esmero y compromiso. Saben el destino, por eso se va entrenando al personal y tienen un suplente y hay cinco muy cercanos. Se forman cuadros, por eso cuando alguien se va, no pasa nada, el trabajo sigue igual; hay otros con igual talento, saberes y compromiso. – Toda una filosofía. – Toda una filosofía. – ¿La señorita Berenice será la jefa? – Si algo me sucediera en este momento, sí, sin duda, es la que está más empapada de lo que sucede en la empresa. Inició con nosotros cuando sólo era una idea; conoce la historia, cada uno de los procesos, a los compañeros, los clientes, las finanzas, todo. – ¿Le tiene usted afecto? – Sí, desde luego, como quiero a todos los que trabajan a mi lado, con la misma intención, en el mismo sentido. – Me refiero a… – No, arquitecta, eso no está permitid con nosotros y lo sabemos todos; nunca se trató, pero es implícito. Nos tenemos afecto todos y nos importamos todos, pero no en la connotación que usted me lo pregunta. – Pues la señorita le ama a usted, ¿no se ha dado percatado de ello?. – No, señorita arquitecta. Nadie tiene derecho a resquebrajar las reglas. – Los sentimientos son los sentimientos, don Alberto. No siempre se pueden controlar. No son tangibles, pasan y cuando nos damos cuenta es ya imposible escapar. No es humano su control, con todo y que son humanos quienes los experimentamos, los generamos, los desarrollamos y dejamos que florezcan en plenitud. – Usted siente eso… por su mano derecha. – Jajaja – ¿Por el arquitecto Roberto Meléndez? – A ese grado no… todavía… estamos en los albores de la relación. Pensé que sería más sencillo. Lo comprendo y él hace lo mismo, nos procuramos, nos cuidamos, buscamos saber cada vez más de nosotros. Me preocupan los ritmos, creo que el suyo es más acelerado. Allá en el norte habría apostado que el año que viene os casaríamos. – ¿Pasó algo?. Margarita no respondió. Miró a don Alberto con detenimiento supremo, único, como cuando él le dio la mano para saludarle. Igual, exactamente igual. Si sintió a inmovilidad del tiempo, de todo. No era una acción, era un cuadro, una fotografía. Nada se movía, no había sonidos, ni aire; no había nada, sólo dos personas queriendo encontrarse… o no; tomando distancia… o no; respirando… o no. Se puso de pie, caminó un poco. Don Alberto le siguió, le quiso tomar del brazo. Ella, con sutileza dio un paso más hacia delante y volvió la vista. Puso la mano delante. – No cometamos errores, no confundamos admiración con otra cosa, por favor, don Alberto. Roberto merece una oportunidad y pienso dársela. – Señorita arquitecta, ¿qué le digo?, ¿qué debo decir?. Usted tiene la palabra. Le ruego me disculpe si cometí alguna impertinencia; siento que desde que la vi, no he hecho más que lo mismo, ser impertinente con usted. Le ruego me disculpe. Mil perdones. – ¿Nos veremos el próximo año?. – Yo seguiré como siempre, vendré el próximo año; soy responsable de mi agenda, no de los demás y menos de la de usted. – Tiene razón, en un año pueden pasar mil cosas, hasta que regrese a esta tierra que quiero tanto, al lado de mi padre, un gran hombre, sin agraviar al presente. Berenice, desde la ventana de su cuarto veía la escena. Arturo entró para avisarle que la comida estaría en diez minutos, pero guardó silencio, se acercó y comprendió lo que pasaba. – ¿Duele?. – No es así, de siempre he sabido mi lugar en la vida de don Alberto, Arturo. Es mío el sentimiento y sólo mío. No violentaré nunca nada. Sería el fin de mi espacio en la empresa. Le prefiero de cerca aunque esté tan lejano a no verle nunca más. – ¿Por qué no me aceptas?. Tú sabes que te amo de siempre, que soy sincero. Perdóname, siento que soy un buen hombre y procuraré merecerte. – No, Arturo, te tengo todo el afecto del mundo, pero no más. – Lo de siempre, don Alberto ama a la señorita arquitecta, tú amas a don Alberto y yo te amo a ti. – Y Lucía se muere por ti. – Yo nunca hice nada para ello. – Yo tampoco contigo, ni don Alberto conmigo ni Margarita con él. Total, los enredos de Sueño de una noche de Verano. Allá hubo solución al final, aquí, no sé… Tan sólo un instante, Arturo la miró con gran amor y Berenice le dirigió la vista a don Alberto, quien se quedaba a la mitad del patio, mientras Margarita salía despacio. El empresario la veía con todo el amor de que era capaz, pero sin esperanza; el amor se quedaba con él. Arturo le tomó del brazo para preguntar: – ¿Vamos a comer? Después de la comida y las despedidas, todos en las camionetas. Don Alberto se despedía del señor Martínez. Margarita ya estaba con su Mano Derecha, como ella lo presentó. Antes de subir volvió la mirada y Berenice le preguntó: – ¿Olvidó usted algo?. – Pero no es para mí.

 

 

 

 

 

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