“POR LA LIBRE” DEL PROFESOR IGNACIO CORTÉS MORALES>>

  1. “POR LA LIBRE” DEL PROFESOR IGNACIO
  2. CORTÉS MORALES>>

 

///DOMINGO 26 DE JUNIO/2022///>>

 

 

Publicación dominical La comandante Por Ignacio Cortés Morales >>

Tercera entrega>>

 

 El oscuro mundo del modelaje Capítulo I>>

 – Ya entregamos todas las grabaciones a la policía, respuesta en todos lados para Nora, Ruperto y Enrique, quienes salieron de los seis sitios que tenían cámaras que daban a la calle donde se encontraba el despacho del licenciado Andrés Alfonso, de quien se sospechaba que era el jefe de una banda de trata de blancas, enganchando a jovencitas “con deseos de progresar pronto, de ganar mucho dinero. La felicidad te espera. Viajes, reuniones en los cinco continentes, todos ellos en recintos lujosos. Así es el mundo del modelaje, la puerta a la fama, a la riqueza y hasta al amor”, se leía en el anuncio que se encontraba en el lobby de la entrada de las lujosas oficinas, donde todos iban de traje y las jóvenes con encantadora sensualidad que se desparramaba. Todo era sofisticación, el glamur, donde sobraba el dinero evidentemente. Hasta el portero un gentleman. – Subamos, nos debe estar esperando el licenciado Alfonso, dijo Nora, quien, con el pantalón de mezclilla, playera y chamarra de trabajo se adelantó a sus colegas que llevaban vestimenta semejante, ellos con botas, ella con tenis y así caminaron sobre la alfombra azul que causaba algunos problemas al calzado de los policías, hasta llegar al primer piso, lo hicieron por las escaleras; Ruperto tenía algún sufrimiento en los espacios cerrados, así que, ante distancias tan cortas, “el ejercicio siempre será mejor. Subamos”. El pasamanos de madera fina, como la de la pared, como la de todos lados, mientras que en el ambiente música clásica, apenas se escuchaba, pero lo suficiente para disfrutarla con un poco de atención. – ¿Aquí nada de los Ángeles Negros o de la MS?, preguntó Ruperto y Enrique “ni “maiz”, paloma”. “Se deben dormir a media mañana todos en la oficina, por la música, reiteró Ruperto, y Nora simplemente bosquejó una sonrisa; a ella le gustaba esta música, pero no despreciaba ni a los Ángeles Azules ni a la banda. – No podríamos, en la mitad de una fiesta, con tragos y demás, ponernos a escuchar a Mozart o a Chopin, cada cosa en su lugar. Pero ya estamos llegando a la oficina. Ustedes desplácense por el lugar, tal vez haya algo; lo que sea y memorícenlo, que no les vean si algo descubren, no lo den a notar. No tenemos ninguna orden, así que mientras vamos por ella, si hallan algo, a nuestro retorno, lo eliminarán. Atentos, por favor. Además, qué les voy a decir si son unas chuchas cuereras en esto en esto de la investigada. De aquí a comer y ahí intercambiamos lo que vimos, ¿de acuerdo?. – Andando y xcvxdf pa’ no hacer hoyo, dijo Enrique, que no se aguantó el comentario. – Grasa, bolero, le respondió Ruperto. – Tú dices cosas peores. – Señorita, el señor Alfonso nos espera a las 11, aquí estamos, se presentó Nora, mostrando la placa. – Sí señorita, faltan siete minutos. El licenciado está terminando una llamada. A las 11 pasarán, como lo marcará la cita. ¿Gustan tomar asiento?. ¿Les ofrezco un café o agua? – No señorita, muchas gracias, ya faltan seis minutos para ingresar, dijo Nora, parodiando el ritmo y la forma de decir las cosas de la recepcionista que le dirigió una mirada de pistola, y la comandante se le acercó: “Tranquila, somos amigas. Siento que nos veremos seguido, que vendremos varias veces”. Le guiñó un ojo y le apretó suavemente el brazo, lo que incomodó a la chica, ante las formas de la policía, quien se retiró con suavidad, al tiempo que observó que eran tres cámaras de seguridad en el sitio, una sobre la puerta y dos hacia donde entraban las personas y esperaban, pero también descubrió, por lo menos dos más, disimuladas, que daban justo sobre las sillas, a la altura de los asientos, y la otra para cara y pecho, por lo que se dijo: “este depravado, no pierde nada. Las observa en lo que pudiera ser el primer chequeo. ¿Qué hará con las cintas. Ya lo averiguaremos”, se dijo, mientras seguía escudriñando con sus ojos que parecían que tenían rayos equis y miraban lo que para los demás les pasaba inadvertido. La experiencia, los tantos años en esta profesión, y el entrenamiento que se da todos los días. Disimuladamente se acercó a Ruperto, señaló con la vista una cámara de seguridad visible y le urgió que buscara otras, con un parpadeo, pero, con tantos años en el negocio, fácilmente se entendieron, por lo que el policía se acercó y se sentó en las escaleras que iban al segundo piso, por lo que tuvo que soportar las risas burlonas y disimuladas de una de las empleadas, “estos nacos”, pero él sabía lo que hacía. Sentado podría estar más cerca de posibles cámaras, y sí, descubrió dos más que iban de abajo hacia arriba. “Así que alguien se divierte viendo las cintas. ¿Quién será?. Ya lo veremos. Justo a las 11 la secretaria les pidió que pasaran, y antes de entrar, Nora comentó: “se pasó usted con 27 segundos, señorita… Permiso”. Ahí estaba Andrés Alfonso, quien se puso de pie para saludar. – Señorita… – Nora Fernández, comandante del grupo de investigaciones especiales de la Fiscalía, para servirle. Ellos son mis compañeros Ruperto Santos y Enrique Pineda. Usted debe ser el licenciado Andrés Alfonso. – Por favor siéntense, señorita, señores. Los sillones comodísimos, elegantes, como todo en la oficina, donde había varias fotografías extraordinarias de mujeres bellas, con el toque de distinción, perfectamente cuidado, con atuendos que daban el toque excelso a la foto. Augusto dejó el escritorio de madera fina, con acabados de lujo, igual que su sillón ejecutivo y los dos teléfonos que estaban más de adorno, porque los que timbraban eran los tres celulares, además de que él llevaba otro en el saco del traje de caída espléndida que siempre daba la idea de ser usado por primera vez y apenas desde hace unos minutos; la corbata de seda, en franca combinación con el azul del traje, contrastando apenas con el tono. El empresario, con manos cuidadas, queriendo pasar por elegante, distinguido, pero lo torvo se le colaba por los poros, y no sólo era por los ocho anillos que llevaba ni por la esclava pesada, de oro, cara, pero de mal gusto, burda, ostentosa, lo mismo que el pisacorbata, y su personalidad rematada con una mirada intranquila, insegura, al tiempo que perversa, y una postura como enconchada, a la defensiva; desagradable todo él, pero que tenía poder y, en ese momento, la comandante no sabía hasta qué punto, la investigación apenas iniciaba; para la comandante, era evidente que este personaje tendría algo. La experiencia así se lo dictaba al oído a la mujer, quien más ponía atención a movimientos, tonos y evasivas que a las palabras. Directamente no diría nada; era un hombre inteligente y sabía lo que debía decir, acostumbrado a los interrogatorios de este tipo, y por eso se conservaba en el cargo, sabía qué decir y cuándo; el ritmo. – Dos señoritas dejaron dicho que vendrían a estas oficinas para entrevista de trabajo y no se supo más de ellas. – Comandante, las jóvenes nunca estuvieron aquí; ya contesté varias veces esa pregunta y entregamos todas las cintas de las cámaras de seguridad, de las tres. – ¿Las tres?. – Sí señorita comandante, de las tres, más las dos de la entrada. La comandante sabía que hay más cámaras, pero Alfonso no las mencionó. No era necesario ser tan inteligente para saber que algo podrían tener las otras cámaras. Se sospechó siempre que eran grabaciones morbosas que se hacían a las mujeres, por la colocación de dichas cámaras, pero ellos iban por el caso de las dos jóvenes desaparecidas, así que, esas cuestiones no eran de su incumbencia, ya las vería el departamento respectivo. Salieron, el licenciado les acompañó, no por cortesía, sino porque quería que se fueran, que no hicieran otra pregunta más. Era evidente que la comandante era muy inteligente y que sus compañeros, si estaban con ella, era porque sabían, entendían y atendían el negocio con capacidad y experiencia, por lo que no quiso dejar que se fueran y arriesgarse a que hicieran preguntas al personal, en el trayecto. La comandante, de pronto, cayó de bruces, los tres hombres se apresuraron a auxiliarla, pero con las manos indicó que podía sola. Antes de ponerse de pie, con toda intención dio énfasis a sus palabras: “señor Alfonso, mire usted, sus empleados lo han estado engañando y han puesto cámaras sin que usted se haya dado cuenta. Mire usted, aquí hay una y aquí otra, son dos”, se paró y fue a sentarse justo donde alcanzaba una tercer cámara y luego la cuarta. – Perdone, señor Alfonso, ¿le pudo preguntar algo?: ¿verdad que usted no sabía nada de estas cuatro cámaras?. – Pase por favor, se apresuró a responder Andrés, quien perdió un poco del aplomo que tenía hace unos momentos, y añadió: “¿qué quiere señorita, las grabaciones del día de la desaparición de las jóvenes?. Les puedo dar hasta las de una semana anterior y una posterior a los hechos, todas las que tenga, siempre y cuando el contenido no dé a conocer ni se utilice para ninguna cuestión legal en contra de la compañía, de lo contrario no les daré nada, ustedes tendrán que pedir una orden y con muy poco tiempo tengo más que suficiente para borrarlas todas. Puedo decir, como usted lo advirtió que fue un empleado, sin yo saberlo, que puso las cámaras, pero es tan malo que no grabó nada. Hay personas estúpidas”. – Le pido que ponga en su monitor el cuarto donde se tienen las computadoras y se guardan las grabaciones y que ordene que el operador se retire a la puerta, lejos del manejo de los aparatos. Antes que usted dé la orden de que nos entreguen las grabaciones, quiero tener a uno de mis compañeros en el lugar para que se cerciore que no se alterará nada. – No tengo inconveniente señorita… – ¡Comandante!, si me lo permite. – Sí señorita comandante. Le aseguro que esas jóvenes nunca estuvieron aquí. Mi negocio es serio. Tengo debilidades pero suelo no meter “mis necesidades” en la nómina ni en mis clientes ni en las modelos. Eso siempre es peligroso. – Permítame. Salió un momento para llamar a Ruperto. Que Enrique se quede y tú ve al lugar que te indicará el licenciado Alfonso. Alfonso llamó a su secretaria, quien entró de inmediato. Ruperto abrió los ojos de plato y después de recibir la instrucción pidió a la joven que se adelantara, para que le mostrara el camino y salió detrás. La comandante y Alfonso aguardaron a que regresara Ruperto que sabía manejo de cámaras y de las cintas, por eso lo mandó la representante de la ley. El empleado intercambió palabras con el recién llegado y pidió instrucciones. “Sí, facilita las grabaciones de las fechas que te indicarán. Sí, eso dije, todas… Sí, estoy seguro.” Al regreso de Ruperto, Alfonso le hizo jurar que lo que viera en las cintas, sería confidencial y sólo sería oficial si encuentran indicios de los jóvenes que se están buscando. La comandante lo miró, cierta de lo que encontraría, como también que no habría nada de las jóvenes, de lo contrario no le entregarías las cintas, sin embargo, recordó al jugador de cartas, el que blofea, por lo que decidió llevarse el material. Tal vez algo se pueda encontrar. “Estos personajes se consideran siempre muy listos y tienen sus descuidos. Vamos a ver qué pasa. – Buenas tardes licenciado Alfonso, pronto tendrá noticias nuestras. La comandante salió del lugar, seguida de sus compañeros que tenían las cintas en su poder, mientras pensaba “por su mirada perversa, por sus ínfulas de grandeza y por su actitud torva, me recordó a otro Alfonso. Sí, ya sé a quién, a Armando Alfonso”.

 

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