Por Gerardo Fernández Casanova
ODIO CON ODIO SE PAGA
Siento una profunda pena, dolor, por las víctimas de la violencia del pasado viernes en París y la comparto con el pueblo francés. Puede haber explicaciones pero ninguna justifica que, en pleno siglo XXI, la barbarie se enseñoree en un mundo que se precia por su civilización; lo rechazo con toda energía. Es la misma pena que causan los desaparecidos de Ayotzinapa, o los palestinos masacrados por Israel, o los jóvenes victimados por la guerra sucia de las dictaduras latinoamericanas auspiciadas por Washington, o los muertos tras los atentados a las Torres Gemelas en Nueva York, o los judíos del holocausto, o los albaneses asesinados por el Imperio Otomano o los aztecas asesinados por Pedro de Alvarado, o a los cananeos borrados del mapa por Josué en Jericó y así hasta lamentar la muerte de Abel a manos de su hermano Caín. Hay toda una biografía del odio, razas, religiones e intereses económicos lo han engendrado en la naturaleza humana sin que la inteligencia, supuesta cualidad distintiva del ser humano, haya sido capaz de erradicarlo.
El Decálogo de Moisés ordena no matar, salvo en el caso de que Jehová disponga lo contrario para acabar hasta la última gota la simiente de los pueblos que no lo reconocen, que son todos los que no son judíos. Igual sucede con el Corán que hace la excepción para ordenar la muerte de todos los que le son infieles. Igual sucede en los tiempos modernos, se mata o se deja morir a los que son prescindibles e infieles al dios del dinero, aunque se enarbole la moral cristiana de la cultura occidental, incluso a nombre de ella.
La propaganda pretende reducir el análisis a una simple diferencia cultural o religiosa, en tanto que hace caso omiso de las causas económicas y políticas que propician el odio y el terror. La explotación de los recursos naturales, principalmente el maldito petróleo pero también el oro y la plata, o las bananas de la United Fruit, o los esclavos negros de África, han motivado conquistas y colonizaciones en perjuicio de las poblaciones en que se encuentran, siempre a costa de sangre y sufrimiento. La religión y los racismos cuentan y pesan aunque, en el fondo, no han sido más que pretextos para esconder la codicia y el afán de dominio económico. Hoy la historia pasa la factura de tanta “generosidad”: migraciones incontrolables y terrorismo que colocan a Europa y al mundo entero en situación candente que ya se le califica como la Tercera Guerra Mundial.
No puede haber paz si lo que prevalece es la injusticia. El orden económico y político mundial es brutalmente injusto y generador de odios y violencia. Al nivel de las naciones igual se registra el orden que enriquece a los pocos y depaupera a los muchos. Por eso la protesta cunde y se manifiesta de formas distintas, unas violentas y otras silenciosas, unas como demanda de libertad e igualdad genuina y otras, afortunadamente las menos, en suicida defensa del estado de cosas imperante. El gendarme del mundo reprime las primeras y auspicia las segundas. El orden mundial, especialmente el que se generó al término de la guerra fría, privilegia la libertad comercial y la acumulación de la riqueza, reduce a los estados a la condición de simples guardianes de la vigencia de tales privilegios, alejados de su función como garantes de la paz y la justicia. La llamada globalización no es otra cosa que la implantación del capital financiero internacional como usufructuario de la riqueza mundial al que queda supeditado el pueblo y sus afanes de justicia.
México no es ajeno a este acontecer mundial, incluso su gobierno se forma en primera fila como defensor de su existencia. A contrapelo del interés nacional y de la mayoría de la población, el régimen neoliberal y tecnocrático impone reformas que sólo benefician a los poderosos locales y extranjeros. Reprime la protesta cada vez con mayor saña, en correspondencia con las exigencias de sus patrones. Baste leer las infaustas declaraciones de un sedicente Secretario de Educación Pública, más propias de un orangután uniformado que de un educador; con trampas y engaños, con ofrecimientos deshonestos y corruptelas, el tal Nuño pretende imponer un régimen policial en las escuelas y colocar a maestros y alumnos en absoluta indefensión, mientras que la posibilidad de contar con una juventud educada va quedando entre tantos otros olvidos y sueños incumplidos.
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