Por Javier Jaramillo Frikas
PROHIBIDO PROHIBIR
¡Muerte, no seas méndiga, ya párale!
Es triste y doloroso compartir a todos los amigos que Benito Nájera Quiroz, el querido Garrobo nos gana la carrera hacia la parte desconocida. Sí, hace un rato llamó Juan, mi hermano, para avisar que minutos antes, uno de Los Titanes –aguerridos, trabajadores, de la resistencia del SME— le avisó que su padre Benito, nuestro amigo de siempre, había muerto.
Una institución en lo que hacía. Si era en la cantina de su facineroso padre de igual nombre, Benito convertía de Las Cumbres de Morelos, en Los Arcos de Gualupita, un Paraíso para los crudos con la prodigiosa, igual en Los Conejos, ahí en Obregón entre El Túnel y La Carolina. Hace 40 años o más, su compadre Roberto El Fifirichi Porcayo lo recibe en su peligroso escuadrón de Línea Viva en la Compañía de Luz y Fuerza del Centro, ahí Benito acompaña al mejor, temerario y loco trabajador que haya tenido esta compañía extinta, en su historia, El Fifi del Pilancón. Compadres, amigos, libadores, broncudos, cabrones, nada dejados y amigos de sus amigos.
Vivía en Gutenberg cuando la otra resistencia, la primera, en la parte sur del mercado, para evitar que el gobierno de Bejarano construyera en lo que es el gimnasio y el parque Cri-Cri, bodegas de tiendas de auto servicio. ¡Imagínense! Benito El Garrobo, llegaba al Puente de Amanalco, cada mañana por Juan, que hay que hacer por la tarde, a qué hora y con qué llego. Aparecía con unos pegues ya cercano el anochecer a su guardia, a no dejar llegar camiones y avistar policías que lentos y poco amistosos transitaban con torreta prendida el circuito del ALM. Un día trajo a Jorge Ugalde Vitelli, El Sitler, otro guerrero de la Luz y Fuerza que hicieron la noche día colgándose de los postes de la avenida.
Aparecía otra tarde con largas extensiones de tubos de plástico aislante, alargados cables de acero, ya Juan le había dicho que en la base de donde se llevaron La Piedra Encantada” (aquella pieza arqueológica hoy frente al Palacio de Cortés) tenía que colocarse un encordado, símbolo de lo que Cuernavaca, sus colonias y barrios vivió en los tiempos de paz y concordia: el boxeo. El cable era para meterlo en el tubo y este forrado con mantas de tela, en cada esquina su calibrador para que no se aguadaran. Ya había ring, faltaba lo demás.
A la par, El Garrobo hacía faenas que luego invitaba a la palomilla a su terreno barranqueño en Atlacomulco, muy cerca –por el río que inicia y se llama Apatlaco— con el parque Chapultepec. Todos lo tildamos de locuaz y acelerado. Eran muchos metros, no parecía tener solución, pero él creía en su tierra, en las cavernas que encontraba, en las piezas antiguas que aparecían, las puntas de obsidiana y un clima especial, diferente al de la calle o al del río. Había encontrado Su Paraíso y sólo él sabía razones.
Fuimos hace 35, 30 años, llevábamos incluso a nuestra madre La Güera, tenía un criadero de ranas y otros de pescados diversos, hizo grandes estanques que, de vez en vez, la crecida del río, acababa con todo. Pero insistía. Nunca cedió. Luego, en su local ganado a pulso a la entrada del gimnasio, El Garrobo exponía muebles de bambú, salas, comedores, hamacas, y seguía, seguía. En tanto, ascendía en la Cía de Luz, con los eléctricos, visitante común de cantinas y pulquerías, colgado de postes, desafiando el alto voltaje e introduciendo desde aspirantes, a sus hijos varones: José, Fabíán y Alfredo. Ahí con él, cerca, hasta que determinaron que el buen Beny no tenía que beber y empezaron una lucha donde triunfó la razón y su padre abandonó 20, 25 o más años sin libar lo que le dañaba.
Se nos perdió un tiempo, solo sabíamos que ya jubilado de la Cía., la pasaba en su terreno haciendo y deshaciendo. De tiempo completo ahí. ¿Qué hacía Benito? ¿Por qué tan lejano? Antes de La resistencia del SME contra el gobierno federal, Benito fijó su posición propia y ante sus hijos: vamos a apoyar al sindicato, no nos vamos a vencer.
Y así siguen. Sus hijos, el de menos con 18 años, el de más con 22 cuando vino el decreto de extinción, no aceptaron ofertas de liquidación. ¡El SME vive, la Lucha sigue!, salían a gritar en el DF, aquí, en sus asambleas, de una pieza aunque en sus hogares la exigencia era mayor y la entrada ninguna. Era cuando la tarea de su padre serviría. Benito había convertido su terreno breñoso y con cuevas en lo que siempre insistió: Era El Paraíso. Impresionante, desde sus escalones rústicos con agua rodando, la entrada del apantle hacia lo que parecía un serpentín. ¿Qué tendría abajo que trinaban los pájaros, se asomaban mariposas y pintaban moradas bellas orquídeas sobre los árboles? ¡Qué hiciste Garrobo, qué hiciste!
Una belleza que no tiene parecido siquiera en Morelos aseguramos que no existe un Temazcal en el mundo con las características del de don Benito. ¿Quién va a tener una caída de agua helada, conducida por las mágicas manos de un pedrero llamado Jorge Escobar, otro de los amigos de Benito? Se siente como regadera de presión, pero su naturaleza la hace excepcional. ¿Se imaginan bajar los escalones rumbo al Temazcal, al cuarto abierto de masaje, a la Silla de Jade que permite ver los siete colores cuando los ojos se cierran y dejas negra la piedra, seguro porque algo impuro, malo, salió de ahí, del cuerpo? Y abajo las dos palapas, cada una con un concepto antiguo, de los antepasados, el sacrificio de la mujer de Tláloc, fragmentada tal y como la vemos entre las piedras de río que hay que caminar descalzos y se siente dolorcito sabroso, como que reactiva la circulación. La última enramada, tiene el sistema solar tal y como lo entendían los antiguos de Morelos, es algo más allá de lo normal, se siente la presencia de la pureza indígena.
El Temazcal es único. No está hecho de ramas, barrro o lo que suelen echarle. Es una cueva así encontrada. ¡Era un temazcal hace miles de años! Lo usaban los pobladores originales de esta tierra. El tesoro de Benito, su vida, su gusto, sudor y entrega, 40 años de tarea rendía frutos. Por allí pasaron decenas de centenas de estudiantes de español, familias enteras que encontraban el bálsamo de salud, y hay que decirlo, largas jornadas de amistosas y picantes charlas de Benito con sus Amigos, ahí estábamos hasta muy noche, con el sonido de los grillos, las ranas, la noche y sus hermosos colores. Generoso, Benito El Garrobo compartía con quienes quería, y le rendía tributo al que consideraba su maestro a pesar de aventajarlo con 10 años: a Juan.
Provocó que sus hijos, los tres, mantengan dignamente a sus familias, desde el amanecer, pala en mano, levantando los montones de basura de los mercados. Tienen ya algunos años en tanto siguen en su resistencia de no ser vejados con el tema de la liquidación del SME. Benito hizo eso posible y estaba tranquilo. No conocemos exactamente las razones médicas, pero el problema estaba en los pulmones, a pesar que poco tabaco fumó en su vida, pero pudo ser que a las cuatro de la mañana, fuera el clima cual sea, se levantaba a regar sus plantas medicinales –por cierto de mucha variedad— y lo hacía como a él le gustaba: descalzo. Hará un año y pocos meses que le recomendó su doctor buscara vivir cerca del mar, escogió una finca por Atoyac de Álvarez, allá estaba, luego venía ayudándose de un tanque de oxígeno, volvía.
Benito vino a su casa para aquí quedarse, en este momento esperamos la llamada para estar con él, era un gran amigo, generoso y fino, que lo conocimos cuando niño el que escribe, lo tratamos ya crecidos y lo quisimos siempre. La llamada de mi hermano Juan, nos remite a la frase que este siempre deja impresa a los que le rodeamos cada que surge un hecho de estos:
— “Ellos nunca se van”.
Y agregamos: Benito El Garrobo, menos…
Javier Jaramillo Frikas
(Este es un sentimiento, la columna la veremos después, seguro el viernes que renace El Clarín)