Por Javier Jaramillo Frikas
Los tres años de Carlos Reynaldos
Un amigo querido, insustituible, Carlos Reynaldos Estrada, acuñó, acomodo, volteo, una frase repetida durante los años de los años. Quién sabe el autor, cuando y como la expresaron por primera vez, pero Carlos —periodista nacido profesionalmente en el Excélsior de Julio Scherer García, fundador de la revista Proceso, y luego instalado en Morelos donde enseñó en El Clarín, La Jornada, y nos ayudó en la página de esta columna hasta su partida hace tres años— la gritó una tarde en lo que fue en su tiempo de gloria el Salón Modelo de la vieja Zona de Tolerancia de Acapantzingo (en ese momento patio trasero de El Clarín), estas palabras:
— ¡Ya Basta de Realidades! ¡Queremos Promesas!
Se vivían en ése 1995 días difíciles, de transición, recién ido Antonio Riva Palacio López, con dificultades de instalación por parte de Jorge Carrillo Olea y una severísima crisis económica que heredaría Ernesto Zedillo. La cosa está jodida, no hay dinero, todos deben y los gobiernos siguen haciendo promesas. ¡Ya estuvo!
Y brota el grito célebre de Reynaldos.
Hoy, Carlos cumple años de ausencia física (acá ha estado siempre, ellos nunca se van) y coincide con la llegada de este columnista a dirigir la publicación Morelos Habla. Seguro que le habríamos consultado si estar o no, y práctico como era, el que escribe escucha enfático al buen Reynaldos: A un periódico se va a hacer periodismo, nada más, periodismo. Tres años de escucharlo continuamente cuando estamos en la soledad, con alguna inquietud. Los colegas le discutíamos su redacción. No soy florista ni hago arreglos, llego al fondo, qué más. Y lo hacía, en efecto.
Ligado íntimamente a esta entidad, Carlos Reynaldos Estrada nacido el 19 de octubre de 1950 en la colonia Lindavista de la Ciudad de México, hizo la primicia para aquel Excélsior del rescate del gobernador de Guerrero, Rubén Figueroa Figueroa, retenido por la Guerrilla del profesor rural Lucio Cabañas Barrientos. Olía feo Figueroa. Se zurró. Pálido, veía hacia todas partes, buscaba guarecer su miedo. Cuando vio las cámaras cambió, le hizo al valiente, se deslizaba los dedos sobre su pelo, trataba de acicalarse. Se nos acercó a los pocos que ahí reporteábamos, era la noticia principal, había que aguantar el hedor, pero no falto el reportero que se alejara y luego pedía la nota a los demás.
— Don Rubén, sus plagiarios no lo dejaban hacer sus necesidades, le preguntó Reynaldos y de inmediato llegaron militares, policías, políticos, y no faltó el que increpara al reportero que esa no era la pregunta indicada, que tenía que meterse en su valentía para encarar a la guerrilla y entrar en su territorio, cuando el veterano político, los hizo a un lado y le gritaba: ¡Me tenían amarrado! ¡Comía amarrado! ¡No me soltaban para nada!, dijo don Rubén.
Pasada la adrenalina del suceso de libertad del candidato, dos de los cercanos al PRI nacional, conversaron con Reynaldos en cualquier parte. Cordiales, buscaban que el mal olor de don Rubén no entrara en la nota, no tiene caso Carlitos, en nada robustece tu información, decía uno de ellos. El marcaba lo que sucedería al día siguiente en los diarios: la nota uniformada de la liberación, el valiente candidato del PRI, una que otra de las frases pintorescas que acostumbraba. Figueroa, Adalid de la Valentía, Prócer del Diálogo, y tantos etcéteras. Pero que se cagó lo voy a decir solo yo y, claro, será una nota de color con un intenso olor a mierda. Julio Scherer seguramente no se enteró, pero en ese Excélsior de la víspera del golpe echeverriano, ya había gente al servicio del poder externo. Su nota apareció de principal, pero rasurada. Sus reclamos los hizo propios Scherer y ajustaron por ahí una pieza del engranaje.
¡Cómo hace falta en este momento! Especial, fumador de horario completo, ácido, Carlos Reynaldos Estrada intuyó que algo no andaba bien, un año antes aproximadamente. Fue con el gran médico San Juan Manuel Zurita Gatica y le indicó lo checara un otorrino. Acudió con su primo el doctor Reynaldos del Pozo —el nombre se nos va ahorita— que lo recibió en el Hospital de la Marina Armada de México, y ahí empezó el trajín: ida al Instituto Nacional de Cancerología, retorno a Cuernavaca, y así.
Es y fue tan especial Carlos que salidos de la fonda del mercado, dijo: Invítame un café en El Paraíso, quiero caminar contigo por el centro. Fuimos. Frente a La Universal hizo un gesto que conocíamos, sabíamos que había visto a alguien que le desagradaba. Y así era. Como a 10 metros, un fulano con pelo largo que tapaba su calvicie, entrecano, lo vio y de inmediato se apresuró para acercarse. Y melodramático lanzó:
— ¡Por Dios Carlitos! ¿Qué te pasó que tan mal te ves?, y lo revisaba de pies a cabeza. El columnista debe confesar que no lo conocía y a punto estuvo de abrirlo a gritos y empujones, pero Reynaldos, tomó el brazo en señal que todo estaba bien, que no pasaba nada. Le contestó:
— Tengo cáncer.
Y caminó, cuando el mono ese trató de seguirlo, le dimos un leve parón y palabras fuertes. Entendió. Ese es Carlos Reynaldos Estrada, un maestro y tremendo amigo, que vivió con nosotros más de 30 años y enseñó a todos y se ganó el reconocimiento general, era el que animaba a los que veía con tamaños a irse al DF a probar en los grandes medios. Es que Los Morelitos, pasan de Tres Marías, ven las luces de la capital y regresan despavoridos. Era su forma de motivar. Dura. Seca. A la cabeza.
Tres años sin verlo, pero acá está. Ayer, por ejemplo, lo sentía cerca cuando platicábamos con la palomilla de este diario en el que el único compromiso es hacer lo que dice: que Hable…
Gracias!