Por Gerardo Fernández Casanova
Van ya tres años y cinco meses, aciagos por cierto, de la administración de Enrique Peña Nieto y todavía no se concreta el pomposamente anunciado sistema anti corrupción (SAC). Abigarradamente se discute en el Senado la incorporación legislativa del “3 de 3” propuesto por organizaciones civiles y acompañado por miles de firmas, por el que todo funcionario público de rango superior deberá hacer tres declaraciones: de bienes, de pago de impuestos y de intereses susceptibles de conflicto. El PRI dice no oponerse, pero argumenta que el proyecto presentado es violatorio de la Constitución, por lo que deberá ser rediseñado y trasladado al siguiente período de sesiones. Tampoco se ha concretado el nombramiento de quien sería el Comisionado Anti Corrupción. Todo está quedando en un paquete de medidas inconexas de difícil instrumentación, no obstante las repetidas declaraciones de Peña Nieto jurando su afán de acabar, de una vez por todas, el tan nocivo cáncer. Para acabar pronto: en tanto el poder esté en manos de los corruptos, cualquier medida de saneamiento será ineficaz; así se pongan férreos candados para acotarlos siempre habrá magos para abrirlos impunemente. Entonces el problema real radica en las formas de acceso al poder. Es aquí donde deberá colocarse la diana y afinar la puntería si se pretende acabar con la corrupción.
La solución necesariamente pasa por la política y los políticos de vocación. A este respecto se registra una brutal aberración que con frecuencia se maneja en los organismos llamados “ciudadanos”: “la política es un asunto tan serio que no podemos dejarla en manos de los políticos”. Con perdón de ustedes eso no es más que un reverendo despropósito. Es como decir que la salud de mi señora madre, o de la suya, amable lector, es tan seria que no podemos dejarla en manos de los doctores. Lo cierto es que la política es, indudablemente, la actividad más importante para la vida en sociedad y, en consecuencia, debe ser ejercida especialmente por los profesionales de la política, aunque, al igual que con el médico de la madre, el mando y la decisión le correspondan en última instancia al usuario, para el caso el pueblo. Ahora bien, para ser médico debe cursarse una carrera y adquirir determinados conocimientos pero, además, que la institución que imparta tales conocimientos esté autorizada y extienda un certificado que ofrezca a la sociedad la certeza de que el sujeto del caso posee los conocimientos requeridos para curar. A tal certificado se le llama licencia o licenciatura y sólo las instituciones autorizadas lo pueden extender.
La bronca es que no existe la carrera profesional del político. La hay en ciencias políticas, pero una cosa es saber de la política y otra muy diferente es la de ser político. Es más, me atrevo a afirmar que, tal vez en contradicción a todo lo anterior, el ser político no es resultado de acumular una serie de conocimientos, sino casi exclusivamente de una vocación de servir; ni siquiera la ética es materia exigible para el ejercicio ético de la política, basta con una verdadera vocación porque la incluye de manera natural. Pero la bronca se hace mayúscula al preguntarnos cómo y quién puede extender el certificado de que fulano o zutano son políticos de vocación; está en chino. En una condición hipotética pudiera decirse que la tal licenciatura la otorga la sociedad mediante el voto; tal vez así debiera ser, pero la realidad es muy distinta y, gracias a la maldita mercadotecnia electoral, ahora basta con tener buena apariencia (y dinero para exhibirla) para que un malandrín quede facultado para ejercer tan digna profesión, ejemplos de lo cual abundan y son mayoritarios. Con toda la razón de su parte, la sociedad repudia a los políticos de relumbrón; es una lástima que la generalización arrase también con los que lo son por vocación.
Haría falta una gran cultura política en la sociedad para que la facultad de seleccionar a los políticos con vocación de servicio se hiciera efectiva. Cuando alguien como López Obrador postula la dignificación de la política no me queda más que preguntarme si podrá hacerlo; me es indudable que AMLO es el más claro modelo del político de vocación, incluso que lo desborda, pero también por eso es que sea un gran solitario, seguido y apoyado por multitudes, acompañado por personas de moralidad y capacidad indudables, pero solitario al fin porque no encuentra a sus correspondientes referentes políticos, salvo en la historia. Diógenes no estaba fuera de la razón en su afanosa cuanto infructuosa búsqueda del hombre honrado.
Sólo se acabará la corrupción cuando los políticos de vocación, por naturaleza honestos, ocupen el poder. Quizá, quizá, quizá…
Correo electrónico: gerdez777@gmail.com
EXCELENTE.CLARO Y CONCISO,GRACIAS.