Por Javier Jaramillo Frikas
José Francisco Rodríguez Ocampo
¿Cuántas veces no nos critican por meternos en asuntos que para una minoría son románticos, acedos, y muy personales? Si desde que redactamos alguna columna, con humildad decimos que dominamos varios géneros, eso a consecuencia de pasar muchos años, alrededor de 30, al frente de diversos medios de comunicación. De todos estos géneros preciosos, la crónica es una alegoría, es vibrante, se trata del vínculo del interior con lo que tengas enfrente, ya una construcción, un bello parque o un personaje. Este es el caso. Hace unos días observó el que escribe de lejos a un viejo amigo, con el que siempre nos saludamos y abrazamos, pero pocas veces conversamos. Es José Francisco Rodríguez Ocampo, familia de los Ocampo Layseca, de los meros don Crisóforo y Ernesto Ocampo, de La Madrileña famosa y añorada, administradores de Los Baños Lido y todos ellos una institución en el Cuernavaca de siempre.
Tenemos la imagen de Paco Rodríguez Ocampo dando vuelta, con los cuadernos en el brazo, de La Madrileña en Galeana a Hidalgo. Siempre el saludo de quihubo, su sonrisa que abraza, querido por todos. Son imágenes, suponemos, de 1960, de 1966, de 1970, del 2000, del 2010 y de este preciso instante. Él se encontraba en aquellos primeros años en plena etapa de reconstrucción tras la muerte de su señor padre, don Francisco Rodríguez, esposo de la madre de Paco, hermana de don Crisóforo, el extraordinario regidor de Cuernavaca de Valentín López González (1964-1967) y de don Ernesto, El Señor del Lápiz, dueño de La Madrileña. Ellos son muchos, todos son queridos. Ahí, en Nezahualcóyotl, un admirado Alfredo Ocampo Layseca —hermano del recodado Criso Ocampo, prematuramente fallecido en un doloroso accidente–, que se sumó a la plática y al amable Paco dando paso a la gente a lo que son propiedades de una familia de raigambre, con el atrevimiento del que escribe, a decir: la familia más auténtica del Centro de Cuernavaca. Y hagan memoria con sus cuentas.
─ No has dicho cuándo y quién colocó la primera piedra del mercado Adolfo López Mateos. Ya vi el libro que costeó y armó tu hermano Juan, el regidor, le pregunté y te falta eso, dijo Paco en la entrada de su casa, a un costado de la histórica Benito Juárez y en la nariz del gran Parque Revolución. No lo sabíamos ni uno ni el otro.
¿No fue el gobernador López Avelar? ¿O el presidente López Mateos?, apuramos a responder.
─ No. Fue doña Eva Sámano de López Mateos, La Primera Dama, y fue el 13 de julio de 1959.
¡Pacatelas! ¿Cómo cinco años atrás de la inauguración? ¿Tanto? Así fue. El referente de Paco era contundente. Mi papá murió el 10 de marzo de ese año, y la familia decidió esperar al día 13 porque don Manuel Pérez y su esposa eran padrinos de boda de doña Eva y el presidente López Mateos y ella deseaba estar presente.
Un alud de historias, todas articuladas, precisas, certeras, con un amor por esta tierra que, en lo personal, considero a José Francisco, uno de los 3 cuernavacenses que más aman a su tierra natal. Es, sin duda, un morelense auténtico que vive por y para el rescate de la historia contemporánea y que casi derrama lágrimas por la dispersión de una sociedad cada vez más despersonalizada. Antes se entrar en detalle con expresiones y gráficas inolvidables que a todos nos regala Paco, vale la pena los comentarios de Alfredo Ocampo Layseca, que dejó su negocio al lado (donde palpita Morelos, en pleno corazón), que nos lleva a principios de los años 60, los Baños Lido, su tío don Alfonso, el Toluco López y, obviamente su padre don Crisóforo Ocampo (a propósito querido por los del ALM, estuvo con ellos los años duros y los llevó a la prosperidad, un hombre que honra a Morelos y merece ser honrado, un tipazo don Cris).
Recuerda Alfredo que su tío administraba El Lido que era propiedad del señor Luis Aranda. El motivó que Cuernavaca fuera uno de los sitios que presentaba boxeo cada lunes, y de buen nivel. Vino casi al final de su carrera José Toluco López, el ídolo nacional del momento, solo comparable con Rodolfo Chango Casasona, Luis Villanueva Páramo Kid Azteca y Raúl El Ratón Macías Guevara. Enfrentaría al campeón pluma de Guerrero, Ernesto Beltrán, un durísimo fajador nacido en Tierra Colorada avecindado en Acapulco. Los entrenamientos del Toluco eran intensos, cuenta Alfredo, sudaba a chorros. Al término del gimnasio, bajaba a los baños de vapor, y el tubo de la regadera, tenía algo así como seis pulgadas y era gigantesca, parecía lo que es hoy una antena de SKY. Su bajada de más de seis metros le daba una presión singular, inigualable y jamás vuelta a ver.
En el vapor a 60-70 grados, El Toluco hacía flexiones con el cuerpo y todavía 50 o 70 lagartijas. El de El Oro Estado de México era un atleta. Aunque, como muchos, tenía sus debilidades y lo sabe México entero. Toluco salió bien bañado y cambiado, olía a loción, se acercó a la barra con un cantinero famoso, en el hermoso bar de Los Lido, en la calle de Guerrero, llamado Carlitos, le pidió el sabroso caldito de camarón en vasito, que nunca le vi un camarón pero no tenía igual ─ y ríe Alfredo— y entre su gente de pronto surgió una de a kilo y empezó a entrarle, era tequila, era el Toluco y tenía que pelear dos o tres días después.
Un servidor, niño, estuvo muchos lunes, casi todos, desde el pesaje en Los Lido, la comida de alguno de los bandos de peleadores, en ocasiones los sufrimientos en el vapor para dar el peso, y mirando cerca a verdaderas leyendas como don Arturo El Cuyo Hernández, Pepe Hernández, Alfredo El Negro Pérez –aquí peleó su pupilo Vicente Saldívar contra el cubano Chu-Chu Gutiérrez, en la Isabel─, o nuestro paisano de Axochiapan, Chucho Cuate, manager del campeón mundial Rafael Herrera y el Barretero de Tula, Julio Guerrero. Al filo de la lona teníamos al Toluco con Ernesto Beltrán y como referé don Tomás Escalera, todo elegancia. La promoción corría por los hermanos Margarito y Bernardo Salgado Leguízamo y el matchmaker era el eterno Jorge Frikas Lozano, todavía campeón welter, manager, promotor, referé, cargador de enseres y corredor –de esconderse, no de correr las mismas– de apuestas perdidas con los coyotes desconocidos como en su momento el Húngaro Mike Bosques, al que se le fue liso.
Bueno, el combate fue intenso desde el principio. Beltrán, el guerrerense era muy fuerte, pero ante la calidad de un figurón como El Toluco poco podía hacer. Sin embargo, era el ocaso del Indio de Oro y junto con la combinación de entrenamiento—alcohol, pagó factura. No recordamos si tercero o cuarto asalto, López llevaba un tajo impresionante en la ceja derecha producto de un gancho de izquierda de Ernesto Beltrán. El Cuyo Hernández lo trabajó en la esquina y esculpía un tapón de vaselina que antes de los primeros 30 segundos salió volando con un bonche de sangre en una nueva combinación de Beltrán. El referé Escalera intervino, para proteger al Toluco con el pretexto de un amarre. No. El ídolo ya estaba mal. La gente bordeo al ring, los alaridos llegaban hasta El Palacio de Cortés. Era el final de un gran ídolo, el más popular del momento, y sucedía en Cuernavaca, en La Arena Isabel. ¡El Toluco ya no podía y se gestaba la sorpresa de muchos años por aquí!
Pero ahí estaba El Cuyo Hernández –con el que 20 años después consolidaríamos la amistad en el debut que promovió Juan Jaramillo Frikas de Ricardo Finito López allá por 1985 en La Isabel— y el por qué le llamaban El Tormentoso: antes de sonar la campana se metió al ensogado y casi arrastró a López a su esquina y con la mirada ordenaba al campanero, Rafael Ramírez El Cucaracho, tocara la campana. Toluco ya no podía. Era imposible. Pero don Arturo lo sacó al siguiente giro, no sabemos si sexto o séptimo, y de nuevo Beltrán lo arrastraba de un rincón a otro y no pasaba del minuto cuando El Cucaracho fue empujado por El Cuyo y tocó este la campana. Se gestaba el escándalo. A rastras llevaron al Toluco. No revivía, no se reanimaba, apenas alzaba la mirada con jalones de pelo y mentadas de madre. Y salió. Al primer golpe sólido de Beltrán, el árbitro Escalera terminó lo que era una paliza. Y ante la estupefacción del respetable… ¡alzó la mano al Toluco López!
¿Qué pasó? Nocaut técnico a favor del ídolo, si no le pego una sola vez, sólido, a Ernesto Beltrán. ¿Un robo! Sí, eso fue. ¿Y?, diría el Cuyo. Tomás Escalera, a partir de ahí fue referé de cabecera de don Arturo, incluso lo vimos por la tele arbitrar a Rubén Olivares contra Katsuyosy Kanazawa en Tokio. No contaban con aficionados de siempre que realizaron una rebelión. Se destacaba don José Orraca, respetado y reconocido comerciante de la calle Guerrero. Un zafarrancho la Isabel, ni el primero tampoco el último. Esta anécdota tan vívida lo hizo posible la intervención de un impecable, completísimo Alfredo Ocampo Layseca, paisano querido, que estaba cerca de estos acontecimientos con su padre don Crisóforo Ocampo y su tío don Ernesto, el dueño de La Madrileña y administrador del Lido, el ícono del box y la lucha libre de Morelos. Inolvidable.
El Baúl de Paco
Extraordinario ser humano dueño de una memoria asombrosa, José Francisco lo sustenta con documentos y gráficas. Impresionante encontrarse con la historia de Cuernavaca en un siglo a partir de familias morelenses de gran raigambre, los Ocampo, los Rodríguez, parte fundamental de una sociedad que se niega a no existir. ¡Tenemos raíces!, y Paco Rodríguez Ocampo es un pilar de ello.
Lo que sigue retrata de cuerpo entero a un morelense que ama a su tierra, nada más…