Hombres de negro

TERTULIA POLÍTICA, Por Pedro Martínez Serrano

Hombres de negro

 

La realidad en Morelos es vista por cada quien, de acuerdo al tamaño y rudeza con que le afecta la inseguridad. Es algo así como casa de espejos de feria de pueblo, en la que el ciudadano, el de a pie, se refleja en su dimensión real, como víctima permanente de la galopante estadística que, a diario, incluye a una nueva familia.

En contraste, evadido de la realidad, enloquecido con poder y cuidadoso, muy cuidadoso de los negocios ilícitos que, a costa del erario y su distorsionada aplicación, lo hacen nuevo millonario de la casta divina del PRD, el (des) gobernador Graco Ramírez, se mira en un espejo, de esos que colocan a la entrada de cantinas y que lo reflejan exactamente diferente a su realidad: alto, corpulento y joven.

Y extraviado como es Graco, le cree a ese espejo mentiroso todo lo que le diga, siempre que sea obediente, como el de la bruja malvada, del clásico de Walt Disney, la Blanca Nieves y los 7 enanos; digamos algo así como el Diario de Morelos que todo le celebra, que todo le aplaude, que en todo le sirve (aunque la efectividad de esos servicios se encuentra muy disminuida).

En esa evasión de la realidad, propia de locos y bipolares, el señor Graco Ramírez repite a diario y a todo aquel que lo quiere escuchar, y a quién no también, que el Mando Único ha sido la medicina mágica para devolver la tranquilidad a Morelos. Nadie se lo cree.

Ni los promocionales pagados, previos a la elección que repetía como merolico de barriada, la señora Isabel Miranda de Wallace, para decirnos que ya estamos muy bien, porque pasamos de un círculo vicioso al círculo virtuoso, lograron el efecto perseguido en dos sentidos: aumentar el apoyo al fracasado candidato de Graco, a alcalde de Cuernavaca, Jorge Messeguer y, mucho menos, cambiar la opinión que todos tenemos del gobernador a quien vemos como un vulgar ratero, sometido a los caprichos de su hijastro Rodrigo Gayosso Cepeda.

Frente a esa grave evasión de la realidad en que vive el virrey Graco, hay que sumar la irresponsable opinión de funcionarios al servicio de la federación, como la delegada de la Secretaría de Gobernación, Briseida García Vara, que seguramente ni vive, ni conoce Morelos, quien asegura que en la entidad los delitos de alto impacto mantienen una tendencia a la baja, resultado de la coordinación entre corporaciones policiacas de los tres niveles de gobierno.

La señora García, que parece una más de los integrantes de la corte de la bufonada, pondera cifras tramposas y desdeña la delicadeza de la realidad que se vive en Morelos en materia de in-se-gu-ri-dad. Se acomoda a modo del gobernador Ramírez Garrido, lo aplaude, lo elogia y lo caravanea.

Con imágenes que no reflejan la realidad, en esos destartalados espejos en los que se ven a lo largo del día y todos los días, Graco y sus enanos se empeñan en creer el rosario de mentiras y fantochadas en las que soporta su estadística el comisionado de seguridad pública, el presunto criminal con antecedentes en Estados Unidos, Jesús Alberto Capella Ibarra  a quien se le debe recordar que tan sólo en lo que va de 2015, al menos 200 personas han sido asesinadas.

Si tiene duda de lo que ocurre en Morelos, porque no se lo reportan en sus partes informativos, cuando de casualidad anda de Morelos y no en Tijuana, es muy sencillo, que haga un recuento de las muertes, del listado de delitos que a diario registra el pasquín oficial, denominado La Extra, mismo que se edita con dinero que le es entregado por el gobierno del estado.

La muestra más clara de que en Morelos las cosas se encuentran profundamente graves, en materia de seguridad, es el hecho condenable que hizo víctima al hijo de mi amigo Francisco Rafael Sánchez Vargas, el joven Ulises Sánchez Carrasquedo, asesindo el viernes pasado

Ese hecho, me hizo recordar el tiempo en que formamos un grupo, en el que participaban políticos de varios partidos, empresarios y profesionistas. Allá en Tijuana le llamamos Hombres de Negro, por usar de manera cotidiana ropa de ese color, porque diario estábamos de luto, ante la ola de asesinatos, pero también porque nunca sabíamos a qué hora nos llamarían para acudir a alguno de los muchos, muchísimos servicios funerarios que se ofrecían en Tijuana hace una década. Exactamente igual a lo que sucede ahora en Morelos.

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