Por Gerardo Fernández Casanova
¡Lo que son las cosas! Mire usted: Por el capricho oscilatorio de la Tierra, cuando en el norte es verano en el sur es invierno; como quien dice el mundo al revés; las noches más largas de un lado son las más cortas del otro. Eso me lo enseñaron desde la primaria en mis clases de geografía, pero lo que ignoraba es que la ciencia política también registra condiciones parecidas. Por ejemplo: lo que en el norte son negocios modernos en el sur son actos de corrupción punible, o lo que en el sur son actos de reducción efectiva de la pobreza en el norte son corrupción populista; en el sur a los gobiernos electos democráticamente se les llama tiranías, en tanto que en el norte, gobiernos surgidos del fraude electoral reciben el pomposo título de paladines de la democracia y la libertad. Acepto que no lo sabía y lo he tenido que aprender a fuerza de tratar de entender lo que pasa en el mundo, pero también le paso la factura a los pensadores que, tal vez por sólo conocer el norte se les ha pasado de noche este fenómeno de la geografía política, incluido el muy estudiado Don Carlos Marx, a quien se le olvidó estudiar lo que pasaba fuera de Europa y, mucho menos, en el sur del globo.
Brasil atraviesa por unas muy peligrosas crisis económica y política, a cual más de graves. La derecha jamás perdonó el éxito de la gestión de Lula en sus dos periodos de gobierno, al final de los cuales en todo el mundo era reconocido como el artífice del gran despegue brasileño. Sin mayor escándalo fue creando mayores grados de libertad económica, principalmente respecto de los Estados Unidos: amplió sus relaciones comerciales fuera de la esfera del dólar, en medida importante con China y Rusia, formando parte del Grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). Liquidó el pasivo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y, con ello, se liberó de la onerosa intervención del organismo. Fortaleció el emporio petrolero y recuperó para la nación brasileña el dominio de amplias reservas energéticas. Todo ello permitió una agresiva política de redistribución del ingreso, tanto por la aplicación de programas sociales como por la vigorosa generación de empleos.
El gobierno de Lula dejó la reforma política como una asignatura pendiente; para gobernar tuvo necesidad de negociar (más bien transar) con un muy disperso poder legislativo, incluso empleando fórmulas poco ortodoxas de compra de voluntades de votación en las cámaras. Una reforma política como la que se planteó el régimen implica la reducción de las prebendas y privilegios de los legisladores, cosa que jamás aprobarían (perro no come perro), aunque registró avances de gran trascendencia al otorgar autonomía a la administración de justicia. Dilma Rouseff, su heredera, postuló la referida reforma desde su campaña pero, con menos carisma y capacidad de liderazgo que su antecesor, se vio frustrada en cualquier intento en la materia. La corrupción política, entonces, sigue tan campante. Tampoco han podido, ni Lula ni Vilma, poner límites al poder de los medios privados de comunicación los que, como sucede en toda Nuestra América, constituyen verdaderos partidos conservadores de oposición que mantienen una brutal belicosidad contra los regímenes del Partido del Trabajo.
Advierto que jamás defenderé la práctica de la corrupción, ni siquiera como fórmula de gobierno; no obstante, la tesitura brasileña es tal que sin el ingrediente de la corrupción el país es ingobernable. Lo grave del caso es que, gracias a la autonomía judicial, hoy se revierte contra su impulsor a quien acusa de corrupto, aunado a las dificultades de orden económico, en mucho provocadas en una guerra de cuarta generación emprendida por el imperio del norte contra los esfuerzos de emancipación latinoamericana. La capacidad de convocatoria dio un severo viraje y hoy quedó en manos del poder mediático que convierte en héroe a un juez de provincia envuelto en la bandera de la pureza, convertido en el ariete contra Lula y Dilma con fines de desbancarla de la presidencia. Lo que se está jugando en Brasil es, con mucho, más allá de sus fronteras: Es la guerra del neoliberalismo contra la democracia del pueblo.
Así de caprichosa la geografía política, resulta ser que en México, con casos mucho más graves de corrupción, su principal protagonista, el que se hizo de la presidencia por la compra de los votos, sigue tan campante y envuelto en aura de santidad, por lo menos para Televisa y TV Azteca. Ni modo, ya nos llegará la primavera.
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