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///DOMINGO 15 DE SEPTIEMBRE/2022///>>
ESTE LUNES PUBLICANOS ESTA COLUMNA CON EL RESPETO AL AUTOR Y A NUESTROS LECTORES.>>
Publicación dominical La comandante.>>
Por Ignacio Cortés Morales.>>
Entrega Doce El oscuro mundo del modelaje Capítulo X 25-09-22.>>
Entró precipitadamente la secretaria con un comunicado, que se habían encontrado el cuerpo de dos jóvenes en un baldío, en los límites con el vecino estado, semienterrados, en zona de difícil acceso y que por parte de la ropa que les quedaba podrían ser las dos jóvenes a las que se les buscaba. Vio las fotos y quiso compararlas con las que tenía. Recordó las imágenes que le mandó Felipe a su celular, las que había tomado y había una coincidencia con respecto a la ropa; los vestidos, aunque en pésimas condiciones coincidían en cuanto al color. Le pidió a su secretaria que se pusiera en contacto con los familiares de las mujeres, que quizá fueron encontradas. Sé suave al decirles que pudieran ser las jóvenes encontradas muertas. La secretaria asintió con la cabeza. Las autoridades estatales, enteradas del caso y de la similitud con las modelos que estaba buscando, determinaron que se enviaran los cadáveres a la capital. La comandante pidió a sus compañeros que fueran a la morgue antes de la llegada de los familiares de las modelos para tratar de averiguar lo que se pueda. A las jóvenes las encontraron días atrás, las trasladaron a la capital y a la comandante le avisaron cuando ya estaban en la ciudad. Un campesino que pasaba por ahí hizo el descubrimiento, llamó a las autoridades, pero no tenía otra información. La comandante pidió a Ruperto y Enrique que por la noche fueran al restaurante de donde salieron las jóvenes hasta dar con la persona que se las llevó, que era cliente del lugar. Les mostró la fotografía. “Mientras ayúdeme, van a venir los familiares de las jóvenes y es muy penoso. Tanto esperar para que se les encuentre muertas, y nosotros, la policía, sin dar pie con bola. Siguen desapareciendo nuestras jóvenes, las secuestran, trafican con ellas, las asesinan y nosotros sólo atinamos a decir haremos lo que está en nuestras manos, ¿y qué hacemos?, nada. Los criminales paseándose impunemente. Todos los días un hogar más se enluta o se llena de dolor con la desaparición de nuestras mujeres. ¡No sabes la impotencia que siento ante estos hechos?. ¿Qué cuentas les voy a dar a los familiares de estas jóvenes?. Enrique y Ruperto no descansen hasta dar con el tipo. Estoy segura que no tiene nada que ver con el asesinato, pero nos acercará al hecho”. Justo en ese momento llegaron los familiares de las dos jóvenes. La comandante les pidió que no se adelantaran a los acontecimientos, que pasaran a identificar a sus consanguíneas, pero que pudieran no ser ellas. – Yo pido a Dios que sea mi Fernanda para que le podamos dar cristiana sepultura y se acabe el tormento, porque no hay nada peor que no saber nada, si pasa hambre, si es torturada, si es obligada a meterse con hombres. Por eso, aunque no haya remedio, que sea ella para que se sepa dónde se encuentra. – Yo también, que sea mi Emilia. Ya no puedo más con esto desde que desapareció. Siento que muero todos los días por no saber lo que está pasado. Ya muerta, sabemos dónde está y que no sufre más. Entraron al lugar y, efectivamente, se trataba de sus parientes. El llanto fue callado, casi para ellas, las madres y padres de las modelos. Ellos se contuvieron un poco, pero les ganó la emoción y uno de ellos, el papá de Emilia, cayó de rodillas. Su esposa se inclinó y los dos lloraron para sí. Los papás de Fernanda quedaron de pie, igual, con el llanto de gran dolor. Perdieron a sus hijas. Un día las vieron salir y ahora les entrega la autoridad estos despojos. Ya no habrá risas en sus casas, ni la ilusión de ser famosas. Los padres no estaban de acuerdo con el modelaje, pero, cuado se encontraban e la colonia se daban fuerzas. “¿Qué le vamos a hacer?, es lo que quieren y vamos a apoyarlas con lo que esté en nuestras manos”, y la otra parte estaba de acuerdo, a veces la mamá de Emilia, otra la de Fernanda. No les gustaba, intentaron convencer a sus hijas de mil maneras pero nada. Ahora se lo reprochaban, pero ya no había remedio. La comandante pensaba que si hubieran elegido otro camino estarían vivas, “pero por qué la sociedad no es capaz de cumplir co los sueños de estas jóvenes?, ¿por qué tiene que ser por la prostitución, la trata de blancas y lo que resulte?. ¿No podemos garantizar seguridad?, ¿entonces para qué está la policía?. Un día una muerta aquí, otro por otro lado y puros pretextos, no podemos adelantarnos a los criminales y ahí están las consecuencias, madres y padres llorando y nosotros aquí, impotentes ante los hechos”. Después de un rato, empezaron a salir. Los familiares se acercaron a la comandante, entre sollozos: “usted se ve buena gente. Ayúdenos a que pronto nos entreguen a nuestras hijas”. Nora dijo que sí, que haría lo que estuviera en sus manos. Pidió a Ruperto que preguntara qué faltaba, y a su regreso. “Qué faltan sólo algunos detalles”. “Señorita, dijo el padre de Emilia, dénos la oportunidad de cumplir con nuestras hijas y volvemos pasado mañana. Lo que digamos no devolverá la vida a nuestras muchachas. Tengan piedad. Si por nosotros fuera, no quisiéramos saber nada de esto. Nada de lo que hagan va a regresarnos a nuestras niñas que un día salieron y mire cómo vuelven. Tenemos que cumplir con la ley, perfecto, pero déjenos hoy para velarlas y mañana para enterrarlas. En la colonia nos esperan porque era buenas muchachas. Antes de su locura por el modelaje querían ser maestras y ayudaron a muchos niños a regularizarse. Presentaron examen, no lo pasaron o vaya usted a saber qué pasó; tal vez su destino. Una vez vieron el maldito anuncio y se fueron. Estaban entusiasmadas. Se arreglaban, se maquillaban; nosotros les ayudamos en la medida de nuestras posibilidades. Nosotros tenemos una tienda de abarrotes y el papá de Fernanda es taxista, y casi todo lo que ganábamos era para su aventura y miren cómo terminó. Ayúdenos a que nos entreguen a las hijas”. La comandante entró a buscar a la autoridad máxima del lugar y lo convenció. “Que termine el sepelio y nosotros los traeremos”. Vayan a sus casas, en menos de dos horas tendrán a sus hijas. Como a las siete de la noche la comandante, Ruperto y Enrique se hicieron presentes. En plena calle los ataúdes; todo era dolor, lágrimas, pesar, angustia, tristeza. Los jóvenes del pueblo se turnaban para hacer guardia al lado de sus vecinas; las lágrimas no se podían contener. De pie, lloraban en silencio; verlos era conmovedor. Los padres muy cerca y algunas vecinas repartían pan y café, ayudando todos. Los policías se acercaron y recibieron pan y café, pero, enseguida un grupo de personas los redearon amenazantes. – ¡Qué hacen aquí ahora!. Así hubieran estado cuando estaban vivas. Ahora ya para qué. – ¡Lárguense!. – ¡Fuera! – ¿Vienen a burlarse?. Uno de los señores le tiró el café y el pan a la comandante de un manotazo. Enrique y Ruperto quisieron intervenir, pero Nora los atajó. Los padres de las jóvenes se acercaron ante la situación. – Déjenlos, nos ayudaron a agilizar los trámites. – Pero ya de qué sirve, las muchachas están muertas. – No tienen ninguna culpa. – ¿Qué no son policías y que están para impedir los delitos. Miren cómo fracasaron. Acérquense a los ataúdes, ni siquiera los podemos abrir por el estado que tienen las víctimas. El joven Saúl fue retirado, pero alcanzó a decir: “A mí me mataron a mi hermana y a Juan a su hermano, y ha pasado los años y nada que agarran a los asesinos. Les dijimos quiénes eran. Los detuvieron y al año fuera, que no se les encontró culpabilidad. Así va a pasar con estas jóvenes. La policía no sirve para nada”. – No le haga caso, señorita, el alcohol es lo que ocasiona. – Y nuestra ineptitud, señor. Si fuéramos eficientes los criminales lo pensarían más, pero como saben que difícilmente se les detendrá, y que si se les captura, con dinero y un “buen” abogado salen más rápido que enseguida. – Como sea, el caso es que nadie devolverá la vida a nuestras muchachas. – Les prometo que haremos lo posible por detener al o los criminales; sólo dénos tiempo, por favor. Estamos sobre una pista que creemos que nos llevará al esclarecimiento de los hechos, pero requerimos de tempo y de su ayuda para que nos puedan dar detalles sobre el particular. – Señorita déjelo por la paz; nadie cambiará las cosas. Ahí están dos ataúdes y antes hemos tenido a otros y vendrán más y todo igual; policías merodeando la zona una semana y luego nada. Por aquí vendrán después los asesinos y nos amenazarán si decimos algo, y si los denunciamos, mínimo una golpiza y la autoridad, ni en cuenta. – Tenga confianza en nosotros. – Nosotros sí, pero los criminales son muchos y poderosos; se protegen y la autoridad está de su parte, por eso se atreven a hacer lo que hacen sin ningún cuidado. Se lo dejamos en manos de Dios. – Su justicia es muy lenta. – ¡No me hable de lentitudes!.