- EL DIARIO DIGITAL “MUNDO MAGAZZINE”
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- DOMINICAL DEL PROFESOR IGNACIO CORTES MORALES.
- “LA COMANDANTE”
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Publicación dominical La comandante Por Ignacio Cortés Morales II Tres sombras caminaban hacia un objetivo; para su fortuna, el alcalde no había puesto luminarias ni en ese lugar ni en ningún otro, aquello parecía boca de lobo (cualquier semejanza con Cuernavaca es culpa del lector; ésta es una historia ficticia). A las doce los tres se vieron en la entrada del callejón. Caminaron hacia el objetivo por tres distintos puntos y se reunieron; saltaron la barda de una casa abandonada para los arreglos finales. – Son por lo menos cuatro, dos afuera y dos dentro, uno abajo y otro arriba, dijo Enrique con el tufo del alcohol. – Tomaste – Sólo para quitarse los nervios, estoy entero; tres cervezas no le hacen daño a nadie. – Está bien, ¿cómo sabes que hay dos dentro?. – Prendieron cigarros. Ya ve, estos viciosos. – No te mordiste la lengua, le espetó Ruperto. – A ver. Nos vamos a ir entre los coches que están estacionados, Enrique y Ruperto sobre cada uno y deben ser rápidos para golpearlos y amarrarlos. En ese momento alguien silbó y uno de los de afuera salió; intercambiaron palabras, le dio un cigarro y volvió a cerrar. – Nos acaban de dar la llave para entrar, así que listos. Tú Enrique, te pones la chamarra y sobrero de uno de ellos, silbas, lo eliminas y entramos. Cuidado porque puede haber más, así que estemos listos para responder. Si no hay nadie más, los dos suben con mucho cuidado para eliminar al de arriba, mientras que yo inspecciono el lugar para localizar la mercancía. Con las instrucciones, enfilaron a sus objetivos, por entre los coches y al llegar a la casa, Enrique fue por el segundo, el más lejano y Ruperto por el primero, rápidos y eficaces, con experiencia, y de certero golpe en la cabeza quedaron tirados al piso sus oponentes. Pronto los llevaron detrás de los autos, los amarraron y amordazaron, en cuestión de segundos quedaron atados de pies, manos y cuello por si se movían de más, solos se iban a lastimar. Les quitaron las armas que traían, las pistolas; las armas largas habían quedado en el camino. Todo lo tomaron. Enrique se puso la chamarra y sombrero de uno de los delincuentes y silbó. La comandante se alistó, en la pared de la casa, lo mismo que Ruperto. De dentro se escuchó un “¿otra vez?, cómo fumas mota. ¿Qué trajiste para fumar?. El hociquito”. Al abrir la puerta, tremendo golpe en el abdomen y, al agacharse, rodillazo en la cara y a dormir. Rápidamente entraron los otros dos amigos. Los hombres subieron la escalera para eliminar al que estaba arriba. Lo encontraron alcoholizado por lo que fue fácil darle sus cates y lo ataron. “A ver qué cuentas das a tus jefes. Estoy sintiendo lástima por él, y si lo elimino. De todos modos lo van a matar, pero lentamente por no esta atento, es la ley de la selva”. “Déjalo, si lo matas lo convertirás en héroe, así en traidor”. Mientras la jefa había revisado el lugar y no había nadie más. Un camión en el que estaba la mercancía. Una tonelada de coca y, por la experiencia de la comandante, de buena calidad. Tomó una cubeta, con las llaves que estaban en la camioneta abrió el depósito de gasolina y con una manguera empezó a sacar el líquido. Para ese entonces ya habían bajado sus compañeros. “¿Va a prender fuego, jefa?”. “A menos que quieras que mañana venga la policía, se la lleve, simule que la quema y la venda con sus contactos”. “Usted se las sabe todas”. “Ya quemada, a ver qué hacen. Una tonelada perdida, y es de la buena”. “Si nos la llevamos pensarán que un grupo se las robó”, ¿y dónde guardaremos el camión?, ¿en tu refrigerador o en el mío”. “Está bien jefa, como diga”. Rociaron la gasolina en la mercancía que se encontraba en la caja del camión. “Bajen rápido al tipo de allá arriba, esto será el infierno en pocos minutos”. “Está medio borracho, ni va a sentir que quedará como pollo rostizado”. “Que lo bajen o voy yo”. No necesitaron más, lo bajaron a rastras y lo pusieron con los otros tres. Lo que quedaba en la botella se las vaciaron a los cuatro. “Todos tomaron, todos”. La comandante salió inmediatamente, “vámonos, ya empezó a arder. Los vecinos van a llamar a los bomberos, vámonos entre los coches y nos separamos, cada quien a su casa. Nos vemos mañana en la oficina. Nadie salió de su casa, entendido. “Bien jefa, yo me la pasé viendo películas”, “y yo durmiendo como chamaco”. “Un momento, ¿y si atravesamos unos coches, no todos, unos cinco. Cuando lleguen los bomberos tendría que quitarlos primero”. Así lo hicieron. Expertos en abrir cerraduras, no tuvieron dificultad para los autos, quitarles en freno y empujarlos un poco. Volvieron a cerrarlos y se fueron. Al día siguiente en la oficina, “quiero ver al jefe”, dijo Nora. “No se lo aconsejo, llegó echando tiros”. “¿Por…”. “No sé. Así es, unas de buenas, otras de malas. Si quiere le digo que aquí está”. “Sí, por favor”. Sobre su escritorio tenía un reporte el jefe y lo leía con avidez. “Buenos días jefe”. “Explícame esto, Nora”. “¿Qué es?”. “No te hagas, alguien descubrió mercancía, una tonelada, amordazó a los cuatro cuidadores y le prendió fuego a la coca. Pero no sólo eso, para dificultar la llegada de los bomberos, atravesaron coches. Cuando bajaron los dueños y los quitaron ya la casa ardía. La mercancía se quemó, por ahí algo esparcida, Coca de primer nivel. Tú lo hiciste”. “Y yo por qué, diría Fox”. “Porque el trabajo fue limpio, como tú sabes hacerlo”. “Jefe, gracias por la distinción, pero no. Puede usted preguntarle a mi hermana y no salí del departamento en toda la noche”. “O tus muchachos”. “Eso sí no sé; si quiere los llamo para que le rindan cuentas”. “Que vengan, pero tú no te muevas, eres capaz de aconsejarles. Aquí te quedas”. Enrique con huellas de alcohol y Ruperto, llegaron a la oficina. “¿Dónde estuvieron anoche”. “En casa jefe, yo chupando”, “y yo viendo películas hasta que me quedé dormido, ni siquiera sé a qué horas”. La comandante los veía y por dentro “qué mentirosos, les va a crecer la nariz como a Pinocho, pero son de ley”. “Lárguense, ¿y tú, qué quieres?”. “Como sea, es un buen golpe, quien haya sido. Me da gusto. Permiso. “Voy a investigar, y si fuiste tú, te mando al archivo”, “está bien, jefe, usted dispone, sólo le quería decir que hoy iniciaremos la investigación sobre el empresario, presunto secuestrador y/o tratante de blancas; ya le diremos. Le tendremos informado diariamente”. El tono de la voz de uno y de otro era distinto. “Por qué está tan enojado. Al final del cuenta se quitó del camino una buena cantidad de droga”. Un instante sólo y se recompuso, “si la hubiéramos incautado nosotros nos hubieran premiado”, “pero usted no quiere que yo esté en el asunto de narcos”. “¡Lárgate a trabajar, tengo mucho qué hacer”. “Yo nada más decía”. Silencio y la comandante salió. Algo le movió esa plática, pero no dijo nada, fue a su oficina en busca de sus compañeros para iniciar el asunto del empresario. “El asunto de narcos está más vivo que nunca. Ya la veremos con calma”.