Por Javier Jaramillo Frikas
Cuando las cosas funcionan…
Bueno, no puede decirse que cómo es posible que se desconozcan acciones oficiales que benefician a miles y no a la clase política. No se venden estas informaciones, la gente no las revisa ni interesa, dirían los simplistas. Si no se las ofrecen, claro que no se conocerá que hay sectores que sí funcionan. Y lo menos sería repetir lo que dicen los funcionarios y reflejan en boletines cuadrados que nada más falta el sello que diga comunicado oficial para que la mayoría, gente común y normal, den la vuelta a la página y apaguen el televisor o la radio. Diariamente, cientos o miles de familias lo viven y habrá de preguntar a unas de ellas, pero en especial que las experimente directamente alguno que pueda transmitirle sin carga adicional: ni alabanza a la obligación del gobierno, ni señales para ningún funcionario en particular, solamente las vivencias que alivian y la vista al entorno, que sin duda ha cambiado.
Hablamos del Sector Salud Estatal
La información nos muestra a diario los pleitos comunes entre la dirigencia del sindicato y la autoridad. Se dan con todo. ¿Eso qué? Es pan de cada día. Lo relevante es recorrer el espectro de las necesidades de los morelenses en la atención a su salud y la capacidad de las instituciones respectivas en su atención. Eso vale más que cualquier chisme que por más realidad que sea es un asunto de intereses gremiales y oficiales, seguramente legítimos, pero entra más en la prensa amarilla que en los terrenos de vivir o morir. Decía Lauro Ortega, aquel brillante gobernador, que había que nacer y morir con dignidad y por ahí le agregó Angélica Jaramillo en su incursión breve por la vida política: vivir con dignidad. Añadimos una condición indispensable que es transitar la vida con la seguridad que existen instrumentos que ´permitan la supervivencia en terrenos de la salud.
Lo que se diga de oídas vale poco, cuando se está en un escenario de esos, tras el impacto, se hace un honrado análisis de lo que se vivió. Un servidor ha estado hasta en tres ocasiones en el Hospital General G. Parres de esta ciudad. Han sido urgencias dos y una programación para estudios. Normalmente, el periodista recurre al secretario en turno y pide la atención. Así podría ser, pero no encontramos en ningún lado como llegar a la secretaria Vesta Richardson. Y no por desatención de ella, no se pudo en la emergencia. Pero recordamos que el hijo de un gran amigo tiene conocidos (no crean, en estas cosas que preocupan el periodista es un ser común, y la vive fuerte) y lo buscamos. Nos facilitó el acceso y tomamos sitio en la fila que, para sorpresa, avanzaba rápido. La atención a la pequeña hija fue eficaz, era una adolescente más que regresó a su hogar tranquila, sin el malestar de las pequeñas venas de la nariz que no paraban de sangrar.
Hubo otra, programada, con el tiempo en forma y el paso por diversos aparatos que llevaron al diagnóstico que se atacó con medicamentos y todo más tranquilo. Y el que esperamos sea el último, de emergencia, atendida de inmediato y de regreso a casa. Ninguno fue para el que escribe, pero teníamos que estar ahí, es la gente que se quiere además de obligación, la inquietud si algo no funciona y uno se cree doctor, ya ven. Pasamos inadvertidos aunque saludamos, en esas tres visitas, a cuando menos 20 personas conocidas, conversamos, y la opinión era casi generalizada: han cambiado las condiciones, funcionan. Ya no los espacios de familias venidas de lejos, con sus colchas hechas rollo en busca del calor. Tienen un albergue. Y un café entregado por cariño de gente altruista que se releva para apoyar a familias de enfermos. Solidaridad ciudadana pura, personas buenas, de entrega, admirables.
Y embarcado en lapsos de tiempo que hoy es oro por lo que escuchamos, de boca de un servidor público que se sentó a conversar someramente. El Hospital General fue sometido como todos los nosocomios del país de su nivel, a una prueba que hacen órganos profesionales e independientes al gobierno federal, estrictos, muy severos. Fue muy grato aprobar, nos hicieron aprobaciones técnicas que de inmediato atendimos. La recompensa es satisfactoria y de ahí el mejor servicio: siete millones de pesos más cada mes de parte del gobierno de la República. Muy bueno, siete por doce son 72 millones de pesos al año, en un rubro que ningún dinero alcanza a cubrir en las necesidades generales de salud. Esto no lo sabíamos pero da gusto.
A nadie le agrada estar en cualquier centro médico pero surgen las necesidades. En un mediano plazo lo vivimos, anotamos solo unas palabras: Revisión. Órgano independiente. Siete millones más. Y algo que nos quedó borroso porque al momento que nos lo comentaba el buen amigo llegaba rauda una ambulancia: y también el del Niño Morelense. Pero esto no lo tenemos bien cierto.
El asunto es que cuando la necesidad apremia y se encontraba cerca el Hospital General, ahí llegamos y las circunstancias nos llevaron de vuelta. No lo deseamos, pero si es necesario, lo tendremos como prioridad. Vimos calidad y buena atención, sobre todo trato humano, y eso en condiciones de incertidumbre, dolor, es una medicina al alma.
Y si el ambiente político no estuviera tan crispado en diatribas y actividad cibernética de contra a los adversarios, se podría hurgar que hay otros sectores vitales de la administración que funcionan, pero lo tenemos que saber. Así, públicamente, este espacio lo ofrecemos —así como el Sector Salud nos quitó males y angustias—para que compartamos con los lectores que más caminan firme. Hay que mostrarle a la sociedad que por ahí hay cosas que las cosas se hacen bien. ¿Por qué no?
En tanto, le agradecemos al personal que nos regresó la confianza en los servicios públicos de salud, o mejor aplicado: hizo que viéramos al sitio exacto y no a otros que sin duda funcionan, pero entra uno jodido y sale mendigo. Además, la confraternidad de ese mundo que está afuera, un tamal oaxaqueño o un acorazado en el camión de la rica comida acompañado de un champurrado o una coca.
Sí, ya no es igual, está mucho mejor…