Por Javier Jaramillo Frikas
A dónde vamos a parar…
Hace unos días –el seis de este caluroso mayo— anotábamos en esta columna lo que nadie desea, pero diversas condiciones no pueden, sino están provocando. Más adelante, luego de varias anotaciones preventivas unas y otras muchas, ya en rojo, una parte de aquella reciente columna, que vale constar porque hace unas horas (está pasando apenas la una con treinta de la mañana) hubo un evento donde intervino el Mando Único de la Policía Estatal y las imágenes son ya virales en las redes: armas largas, uniformados en actitud violenta con muchachos que, nos vamos enterando, realizaban tareas de peinado en la ciudad de Cuernavaca, y son estudiantes de la UAEM. Es un tema delicado que tiene ya su tratamiento en el nivel de los personajes que la escenificaron de la parte política. El fondo es aquella tentación que tanto advertimos puede alojarse en una cabeza necia, fuera de sí, con poder, y vengan actos que pongan en peligro la integridad del morelense que disienta y de los suyos. No queremos imaginar que tengamos, cada morelense, que solicitar garantías al gobierno, al gobernador, para que nos cuiden. No es exagerado, cuando desde la administración estatal se desequilibran en las tomas de decisiones, en el momento que no conocen cómo separar al que manda del partidario o del interesado en conservar todo el poder (aun en las condiciones de un mal modelo de administración, un gobierno fallido como el actual).
No nos extrañaría, que surjan peticiones para que ante la consumación de la unión gobierno con su policía que ha quedado contundentemente exhibida, se solicite la presencia de fuerzas federales, más allá de mandos locales, que garanticen una elección que se sabía complicada y ha tomado un tinte tan peligroso como la nota púrpura que invade páginas de amarillentos medios. Si, solamente con la garantía del gobierno federal, podría evitarse acciones que todos lamentaremos. A alguien le falla la razón, allá arriba. Y eso es peligroso. Parece obligada la respuesta de los que están fuera del control estatal, pero tienen la obligación con todos los morelenses y el resto de paisanos en el país. ¿Una Elección de Estado? Todo lleva a ello, faltaba probar que harían lo que sucedió, qué advertir como prevención, aquí es actuar y luego investigar. ¿Autoritarismo? Eso y más.
La obligación de un gobierno y quien lo encabece es garantizar, a todos sus gobernados, de la filiación que tengan, respeto en sus actividades. Estamos en un proceso electoral que merece tratamiento quirúrgico de alta precisión. No en la ratificación de Graco, que es reprobado una y otra vez, tampoco en el manejo de una candidatura que buscan permee como la no oficial, cuando gobiernan la entidad. Han surgido evidencias de intolerancia política, llega el nerviosismo y los invaden ideas que envidiaría Benito Mussolini, extremas, con un parecido al fascismo que jamás permitiría un mexicano. Las acciones arbitrarias del jefe del ejecutivo se conocen aquí y más allá de nuestras fronteras, ya en los cargos públicos, en las violaciones a la Constitución desde la residencia de funcionarios, el nepotismo rampante, los grandes negocios, la falta de transparencia en el manejo de obras y dineros públicos. Es del dominio general. Y no ha pasado nada. Sin embargo, a días de la elección, se torna peligroso el escenario electoral—político—social, crece el nerviosismo de todos los actores, y el gobernador y su proyecto enseñan el músculo grosera y abusivamente usando como modelo experimental a apoyadores de su partido contrincante. Un aviso que puede ser, mañana, disparos y, tristemente, actos sin remedio. El Mando Único pierde su sentido de lealtad a los morelenses en el momento que la elección se criminaliza –es el trato que le dan a los muchachos en imágenes muy claras, todavía sin trucaje—- y toman su lugar bélico como fuerza de choque en el partido de su jefe, un gobernador llamado Graco Ramírez, que más que anhelar el triunfo de su pupilo Jorge Messeguer, quiere cumplir su propia meta de contar con herramientas que le permitan terminar su mandato, y lo más importante:
No caer preso en semanas, más adelante o al término de una gestión que calificada hoy, es sumamente reprobada y que el siete de junio, de no obtener los números que lo afirmen lejos de un proceso y de un penal, le obliguen a hacer maletas, buscar la negociación que impida lo que parece inminente y darle a Morelos un golpe más de los tantos recibidos: ser el segundo gobernador en menos de 20 años que obligan a renunciar o que le finquen responsabilidades. Eso está en juego. Messeguer, el alumno obediente, es el pretexto del gobernador Graco para lograr sus fines. El candidato del PRD en esta capital, al que han comenzado a hacerle daño de más las ocurrencias de su novato y acelerado equipo, es desechable para el verdadero fin de su patrón, que repetimos: no caer en desgracia política por los tantos errores cometidos.
Y tenemos que subrayarlo: así las cosas, hay que tomar precauciones en adelante, porque han puesto actos e imprudencias del mandatario, demasiado fuego en las hornillas y no está para bollos: que anoten en los primeros o últimos lugares al que escribe de los que exijan garantías de libre ejercicio tanto en sus actividades civiles como en su tarea informativa. No buscamos presagios de incidentes que lastimen, simplemente que el gobernador Graco Ramírez y sus empleados (muchos de ellos apenas conocen la entidad y no tienen siquiera un árbol aquí sembrado, menos un hijo nacido y para qué hablar del libro) tengan el freno de la conciencia social, porque es más que evidente su carencia de capacidad, recursos, sensibilidad y compromiso, en su obligación de gobernar para todos. No es un acto protagónico, más vale advertir que lamentemos no haberlo hecho. En la cabeza del gobierno no están ordenadas las ideas e, insistimos, cualquier cosa puede ocurrirse en la frontera de la desesperación.
A continuación, ahora sí, el fragmento que mencionamos párrafos arriba:
…Esta vez, irremediablemente, estamos ante una situación parecida, si hemos reconocido en este espacio que los grandes grupos delictivos fueron casi diseminados, los empleados de estos, son un mal que sigue haciendo daño y resurgen las bolsas con restos humanos en la misma capital y municipios del Estado. Entra el tema del comisionado Alberto Capella Ibarra, que si bien cuenta con historial de buen elemento y jefe de policías, tal vez los asuntos de la política, la desesperación del Cuarto Grande del Poder (Sí, el gobernador Graco Ramírez) ante la pequeñez del candidato oficial (claro, Jorge Messeguer Guillén), lo tienten para criminalizar la elección. ¿Hay tiempo? Sin embargo siempre existe la posibilidad que una cabeza revuelta y con poder se exceda y, repetimos, Iguala nos queda a un paso.