- “POR LA LIBRE” DEL PROFESOR
- IGNACIO CORTÉS MORELES.>>
(DOMINGO 25/DICIEMBRE/2022)>>
Sucedió en Navidad Por Ignacio Cortés Morales.->>
Capítulo VIII de IX Antes de la cena, como todos los años, el señor Martínez organizó la posada en su hotel, con los huéspedes. Don Alberto veía las cosas desde uno de los puntos del patio que daba a la entrada del hotel; desde ahí escuchó el canto de posadas, la contestación y luego la algarabía de la piñata. Él en la lejanía, pero lo disfrutaba a su modo; “no me gusta participar pero siempre es encantador que las personas se diviertan, que rían, que canten; la verdad es que hay pocos motivos para estar feliz que merecen disfrutarse”. El trajín de la vida cotidiana, los problemas, absorben y queda poco tiempo para divertirse de esta manera, sana, abierta, franca, y ser partícipe es una de las alegrías más importantes que da la vida y que hay que tomarlas, las de diciembre, con su magia especial que puede disimular o esconder, olvidar, las penas para entregarse a la risa, al disfrute abierto, como si fuera un oasis; después se volverá por las penas y las preocupaciones, pero ahora a estar contentos. El más feliz de todos era el señor Martínez, su hija, después de diez años, había vuelto del norte para pasar unos días. Don Alberto no la veía, la contemplaba a la distancia, como quien admira una obra encantadora, sin atreverse a acercarse; así, desde lejos, sin mitradas indiscretas que le recriminaran, podía pasarse el tiempo en su admiración que le había ocurrido muy poco en la vida, si acaso en alguna otra ocasión, pero nunca tan acentuado como ahora, mientras sus compañeros querían participar en la piñata, como niños, y se dejaban vendar, dar de vueltas y luego intentar pegarle al que cargaba los siete picos tradicionales; el dueño del lugar se ajustaba a los detalles, “porque las tradiciones se deben preservar y pasar de generación en generación para que no se olviden nuca, con todos sus significados, la propiedad y el entusiasmo que no mueran nunca, es parte de nuestras raíces, y si las perdemos, nos quedaremos al garete, “¿usted me entiende, don Alberto?”, decía el dueño del establecimiento cada que podía, a don Alberto, quien lo escuchaba con atención y con afecto, siempre que era requerido. Todos se divertían, incluso Berenice, quien solía abstraerse de esta clase de situaciones, siempre atenta a las necesidades de don Alberto, pero esta vez hasta aceptó participar en la piñata, y con tan buen tino que fue quien la quebró, por lo que tuvo que hacerse a un lado rápidamente, a riesgo de ser derribada por sus compañeros, quienes le entraron como chiquillos, lanzándose por la fruta que cayó de la olla que tronó al imparto del golpe de la asistente del empresario, quien aplaudió desde su lugar, “Bien, señorita Berenice, bien”. Margarita Martínez Díaz, al lado de Roberto Meléndez, “su mano derecha”, como ella lo presentó el día de su llegada, después de que don Alberto la saludara en una escena que nunca olvidará. Esa noche llegó momentos antes de iniciar con la posada, después de visitar a su madre que estaba en una comunidad como a una hora de ahí, y a quien invitó a la cena de Noche Buena al hotel del señor Martínez, pero no quiso, “no, hijo, ve tú, yo aquí estaré bien, Pancha me preparará algo rico. Nos juntaremos los vecinos. Estaré bien, no te preocupes. Nos vemos mañana por la mañana o en la tarde, cuando puedas. Vete con la arquitecta, tu novia”. “No es mi novia, mamá, es mi compañera de trabajo”. “Pero tú la quieres; lo sé por la manera en la que me hablas de ella. Anda, vete, no me gusta que andes por estos caminos tan tarde. Desde que está esa familia en el gobierno del municipio, puros males padecemos, dicen que hay obra, pero a un altísimo precio de violencia y despojos de la autoridad, y el pueblo que no se decide; le falta valor. No le deseo mal a nadie, pero que se vaya. Dice el alcalde que el 23 le robaron cinco millones de la caja fuerte de su casa, que entraron unos malosos y que los repartieron en el pueblo, los dejaron en la plaza principal. No se sabe quién, pero se sospecha que fueron los de la otra vez, entonces se trató de siete millones de pesos que se dejaron en la plaza para que la ciudadanía, que estaba feliz, los tomara. Al fin es su dinero que se roba ese mequetrefe. Ladrón que roba a ladrón, tiene cien años de perdón. Anda, ya va a empezar a pardear la tarde”. Antes de entrar, cuando ya se estaban recogiendo los restos de la piñata y se hacían a un lado las pacas de pastura que había comprado don Alberto para llevarlas a don Leodegario y sus vaquillas, pero habían llegado tarde, por lo que lo dejó para el día siguiente, había tiempo, un señor entró corriendo: “Ayuda, ayuda, mi mujer va a tener a mi hijo y está lejos el hospital. Vi luz y algarabía y aquí estoy. Ayúdenme, por favor. Arturo y dos de sus compañeros se apresuraron al coche y sacaron a la señora que, con trabajos, podía dar un paso. El doctor hizo frente, y a la mitad del patio la señora se desvaneció. “Ya no hay tiempo, el niño viene. Déjeme, por favor, nacerá aquí”. Don Alberto se acercó con Berenice, quien le dijo que alguna vez estuvo e la escuela de enfermería, pero tuvo que abandonar los estudios; “ahora servirán de mucho”, dijo el doctor. El empresario había dejaron que varios de los colaboradores se fueran a sus casas y se quedó con lo mínimo. El doctor estaba solo. Pidió agua y ya el señor Martínez había ordenado que la pusieran a hervir, también sacó unas frazadas. Para que no diera el viento que estaba soplando, acercaron las pacas de pastura y colocaron dos reflectores para que el doctor pudiera hacer su labor. Las cosas no fueron tan sencillas como es esperaban, por lo que el doctor pidió que despejaran y que sólo se quedara la señorita Berenice, Arturo, el padre de la criatura y el doctor. Don Alberto estaba a prudente distancia, como siempre, listo a que se ofreciera algo. Ya había hecho algunas llamadas y alertado a su personal por si era necesario que entrara en acción. Se acercaron Margarita y Roberto. “Vaya cosas que suceden, aquí, en el hotel, tendremos el milagro de la vida, del nacimiento, y vea usted, don Alberto, a mitad del patio; no es un establo, pero las pacas de pastura algo de ello simulan, las frazadas y los reflectores, no son la estrella de Belén, pero es mucha su luz, se debe ver a la distancia. Jamás me imaginé que algo así pudiera suceder aquí y justamente en esta noche, en Noche Buena. Se dice que con usted suceden los milagros. Aquí estamos presenciando uno y me siento tan afortunada”. – No sé si sucedan milagros cuando vengo a este hotel, con su señor padre, pero si los hay, son para los otros, y me alegra que así sea, que esta época quede en la memoria de alguien para bien. – Don Alberto, es usted un hombre especial. Tiene algo que lo hace distinto. Mi padre lo aprecia, siempre está hablando de usted, de lo que sucede cuando viene al lugar. Año con año se le espera. – Me da mucho gusto que sirva de algo mi presencia, pero nada, simplemente me toca estar en el lugar adecuado; no hay nada más, con todo y que no dejo de reconocer que estas fechas tienen su magia. – Don Alberto, en la región se le aprecia mucho. Mi madre vive como a una hora de aquí y me habla de usted con mucho agrado. Es tema de conversación. Se dice que usted le puso las peras a peso al abusivo alcalde. No sabe el gusto que tengo de conocerlo. Se lo comenté a mi madre y me encargó que le diera un fuerte abrazo y un beso. El abrazo con mucho gusto, pero comprenderá que el beso… – Tú no puedes dárselo, pero yo sí. A nombre de la mamá de mi mano derecha, del propio Roberto y mío, acepte este beso en reconocimiento a lo realizado en la región. De manera sutil, Margarita se fue acercando hasta besar la mejilla de don Alberto que se quedó inmóvil. Tardó unos segundos en reaccionar, no tanto como cuando conoció a la arquitecta, pero sí. Estaba embelezado, con todo y que trató de disimularlo por respeto a todos, sobre todo a la señorita que no merecía ningún momento de incomodidad y menos cuando era tan natural y fresca, tan ella. – Muchas gracias. Dígale, Roberto, a su señora madre, que le agradezco infinitamente este gesto, lo aprecio y lo valoro. Le prometo que el próximo año la iré a visitar. Nosotros partimos mañana, y con el arreglar todo para el viaje se irán las horas. Hay más tiempo que vida. El llanto de la criatura hizo reaccionar a todos. Berenice le limpió y cobijó; se lo entregó a la madre que había recobrado un poco de aliento. Lo estrechó en sus brazos, miró a todos, extendió la mano derecha, a manera de bendición: “Dios los bendiga a todos. Gracias por su ayuda. Mi hijo, mi hijo”, y acarició al niño que lloraba y pataleaba, hasta que Berenice se lo acomodó para que le diera de comer. “Sólo faltarían los animalitos”, dijo Arturo, acercándose a don Alberto. Don Leodegario entró en ese momento con sus cuatro vaquillas y dos borricos. “Me dijeron que me había traído pastura para mis vaquitas. Ya era mucha molestia que usted me la llevara, vine por ella, si usted me lo permite. Ya están de pie todas”. – Pues va a tener que esperar un momento porque ahora están sirviendo para algo importante – Espero, no se preocupe. Las cuatro vaquitas y los dos borricos se acercaron a la luz, también a la pastura, donde estaba el niño, la madre y el padre. Si las coincidencia existen, aquí una. Madre, padre, hijo, los animalitos, las pacas de pastura, los reflectores y los compañeros de don Alberto y los empleados del hotel que se acercaron; el propio empresario, el señor Martínez, Margarita y Roberto. Del interior del hotel se escuchó: “Noche de paz, Noche de amor/ todo duerme alrededor…”.