SEPTIEMBRE, EL INTERVALO PATRIÓTICO
Gerardo Fernández Casanova>>
Inmerso en sus graves contradicciones México recuerda, aunque sea como folklore septembrino, que es patria; el resto del año se acuerda de ella sólo en mercantiles partidos de futbol. La patria está lesionada, un pesado fardo de traiciones la agobian y la empequeñecen, en medio de una sociedad que la ignora. No es otra la razón por la que México languidece y se desdibuja; muy atento a una falsa modernidad que globaliza y enajena, pero muy lejos de la idoneidad que identifica y consolida. Traiciones que entregan los pedazos de una soberanía quebrada, a cambio de cuentas de vidrio y exportación de miserias, siempre a cargo de empresas transnacionales. Condiciones que obligan a que el gasto público no otorgue preferencia a los proveedores nacionales; a que el estado abandone su responsabilidad de inducir el crecimiento en beneficio del país; a competir en condiciones de severa desigualdad; a entregar los recursos de la Nación, principalmente minerales e hidrocarburos, para ser explotados y exportados mayoritariamente por extranjeros.
Es más, la propia palabra patria está fuera de moda; ya sólo la recuerdan los trasnochados románticos y pueblerinos. La llamada reforma educativa busca que todos los mexicanos hablemos inglés y pensemos de igual manera. Cien mil jóvenes mexicanos serán llevados cada año a estudiar en las universidades de los Estados Unidos, los que regresarán para ser los futuros líderes en el gobierno, de forma de completar la colonización sin necesidad de disparar un tiro y con la singular alegría de ser de Angora dentro del concierto mundial de los gatos, los consentidos del amo. Cada año miles de mexicanos se ven obligados a emigrar al vecino del norte, en busca de lo que aquí se les niega. También vienen miles de turistas gringos a gozar de nuestras bellezas naturales y culturales, desde luego hospedados en hoteles gringos y comiendo en sus propios restaurantes, dejando sólo las migajas de propinas; las playas y los sitios de interés histórico son, cada vez más, propiedad de empresas y personas norteamericanas.
La Patria es un valor cultural que nos identifica, no sólo para diferenciarnos del resto del mundo, sino principalmente para agregarnos en comunidad de intereses y afanes. Es un valor político que lleva a ejercer soberanía verdadera en la construcción de nuestro propio destino, no solamente referida a la superficie territorial; en el discurso el régimen se dice garante de la soberanía, canta el himno nacional y enarbola la bandera, asegura la inviolabilidad de las fronteras, pero no es capaz de ejercer una política económica que no sea previamente dictada por los interventores del extranjero; sí, como empresa en quiebra en que la administración queda a cargo de interventores externos. Exactamente.
Es claro el interés del gran capital internacional por borrar cualquier vestigio de patria; es un estorbo a sus afanes de dominación sin mediar guerras; la globalización neoliberal es su caldo de cultivo excelente y los medios de confusión masiva su aliado más eficaz. Pero también desde adentro le hemos dado de puñaladas a la patria; por muchos años y generaciones el PRI se apropió de los símbolos de la patria; votar en contra era ir en contra de la patria; incluso, el grosero fraude electoral en la elección de gobernador de Chihuahua en 1986, fue catalogado como un fraude “patriótico” por el que se conjuraba el peligro de entregar un estado fronterizo a la oposición panista. El desgaste del partido oficial hegemónico arrastró consigo su ropaje de patria y desde la oposición no tuvimos la claridad para distinguirla y recuperarla.
El reciente resbalón de Peña Nieto que trajo a Trump a Los Pinos provocó una reacción de indignación, casi patriótica, que se satisface por la corrida de Videgaray. Se tiene miedo a que el troglodita del copete rubio gane la elección y, en consecuencia se vería como venturosa la elección de la Clinton para que, con su hábil diplomacia, siga haciendo toda clase de agravios económicos y políticos al país.
Es hora de recuperar a la Patria Mexicana como valor supremo que nos identifique y nos lleve a crear el México Nuevo, que pueda convocarnos a construirlo en paz, sin la necesidad de soldados que, de todos modos, Dios no nos da. Una Patria de la cual recuperar o generar el orgullo de pertenencia y el amor al prójimo, comenzando por mi hermano y mi paisano, mi compatriota.
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