VENDAVAL SIN RUMBO
Gerardo Fernández Casanova
Tomo el título de la canción que popularizara el inolvidable Javier Solís para caracterizar la circunstancia por la que atraviesan México y, vale decirlo, casi el mundo entero. Voces muy autorizadas proclaman el fin de la globalización, el neoliberalismo y la supremacía del mercado (Leer a Alfredo Jalife en La Jornada y Por Esto 24/08/16); Fenómenos como el Brexit o como la irrupción de Trump se explican en el hartazgo de importantes sectores de la población de clase media ante la pérdida de niveles de bienestar alcanzados y, aunque todavía tímidos, de los pobres de siempre por ver alejarse la esperanza de algún día conquistar los mínimos ineludibles de bienestar. Cada vez resulta más clara la inoperancia del modelo impuesto desde los organismos financieros internacionales y el grado insoportable de concentración de la riqueza por él provocado. Es un verdadero vendaval.
Pero también va siendo clara la disposición defensiva de quienes, como naciones o como sectores de la sociedad, se han visto beneficiados por el referido modelo. Son los que tienen el poder real; los que controlan partidos políticos y medios de comunicación; los que disponen de la tecnología y los instrumentos para el control de masas. Con todo ello logran mantener con vida, así sea artificial, regímenes de gobierno que les son afines o derrocar aquellos que los adversan. Nuestra América es escenario privilegiado como muestra de ambas condiciones.
El caso mexicano es algo así como el colmo en la materia. La referida inoperancia del sistema nos pega por todos lados y en magnitud superior a la mayoría de los países llamados emergentes. Llevamos más de treinta años de cumplir con la receta, con el purgante incluido, con alto costo y resultados, ya no magros sino rotundamente adversos; ni siquiera pudimos gozar el veranito que se dieron los progresistas latinoamericanos, hoy también vueltos al redil. En aras de la globalidad y la modernidad fueron desmantelados el campo y la industria, desplazados por las importaciones que nos forzarían a ser más competitivos: no somos más competitivos pero en el intento de serlo hemos visto reducidos los salarios, la seguridad y la salud, además de que hemos sufrido la imposición fraudulenta de gobiernos ilegítimos pero autorizados por Washington. El estado se ha visto reducido a la más mínima expresión, eso en lo tocante a la intervención en la economía, aunque muy reforzado en todo lo que implica hacer negocio particular de lo que es riqueza de todos. Se privatizó todo lo que produce progreso y se estatizó lo que implica costos o pérdidas.
Nos golpea la maldita vecindad; estamos sujetos a los dictados de la seguridad yanqui; somos proveedores de las drogas que ellos consumen y se persigue selectivamente a los agentes que la trafican, de manera de mantener un nivel de precios aceptable para los jóvenes adictos, esos sí capaces de armar una revolución por carecer de su carrujo de mota o sus polvitos estupefacientes. Somos adictos a sus costumbres y a las chucherías de su consumismo. Protegemos su salud a cambio de desproteger la nuestra; aquí pueden destrozar la naturaleza de manera que allá no les es permitido. Se adueñan de nuestras playas y sitios de valor turístico, primero como usuarios pero inmediatamente como proveedores, con sus cadenas hoteleras y restaurantes. Todo esto entre muchas otras desgracias que nos acarrea la “ventaja” de ser vecinos del mercado más grande del mundo.
Lo peor del caso es que, aún con la crisis de mil cabezas que padecemos, el régimen se acalambra y no es capaz de mover un ápice en su decidida doctrina neoliberal. A la crisis sólo se responde con recortes presupuestales; pronto nos vamos a quedar sin presupuesto qué recortar. No sólo no modifica o enmienda, sino que recrudece; el caso de la educación pública es ejemplar, así como la estúpida participación en nuevos tratados (TPP) que profundizan los perjuicios y alejan la posibilidad de un Mexit; antes Trump generaría un USAexit que nos pudiera salvar. El vendaval no tiene rumbo.
Mientras así están las cosas, los esfuerzos para generar una masa crítica pensante que busque las alternativas parecen adormecerse. El año pasado surgieron iniciativas, en el ámbito universitario principalmente, que no han progresado o seguido una línea de continuidad. Ya estamos inmersos en la sucesión presidencial y en la vorágine de los procesos electorales y sus campañas preñadas de manipulación y engaño.
Ya es hora de que se someta a debate el Nuevo Proyecto Alternativo de Nación, para que sea algo más que la propuesta del mejor candidato, sino que sea el asumido por la mayoría de la población, con la participación de los grupos intelectuales.
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