Por Gerardo Fernández Casanova
En las elecciones celebradas el pasado 5 de junio en México se registró un sismo de considerable magnitud. De las 12 gubernaturas en juego, el PRI perdió 7 a manos del PAN, por sí solo o en alianza con el PRD que le sirvió de simple comparsa. MORENA, el partido de López Obrador, registró avances importantes aunque no obtuvo el gobierno de los estados que estuvieron en elección; se consolida como la primera fuerza política en la capital del país y afirma la viabilidad de éxito en la candidatura de AMLO para la presidencia en el 2018. Perdió Peña Nieto por más que sus voceros adviertan que no participó en la contienda; su pésima calificación en la opinión pública se sumó a la correspondiente a los gobernadores de su partido que perdieron la plaza. Perdió el PRD y su muy desdibujada posición de izquierda moderna aliado de segunda con la derecha panista.
Los teóricos de la llamada democracia sin adjetivos celebran el triunfo de la alternancia, muy al estilo de los Estados Unidos en que se alternan entre dos que representan lo mismo. La oligarquía gana con cualquiera de ellos y aplaude los resultados de un ejercicio democrático ejemplar, según ellos. En materia electoral se confirma la preferencia conservadora del electorado: más de dos tercios votó por la derecha con sus dos caretas: el PRI y el PAN, tal como ha venido sucediendo desde el año 2000 en que, supuestamente, nos inauguramos a la democracia. Este es un asunto que importa analizar.
La más importante característica del proceso recién realizado es el de la impudicia; una campaña de corruptos contra corruptos (tal vez con la salvedad de Chihuahua, donde ganó un panista de calidad), en la que se gastaron carretonadas de dinero, adicional al aportado por el fisco, cuya procedencia no puede menos que calificarse de dudosa. La compra del voto, fuese de oficialistas o de opositores, marcó la contienda con su efecto corruptor; desde dinero en efectivo hasta dádivas de despensas y materiales de construcción, determinaron la voluntad electoral de una sociedad empobrecida e inculta. La oferta de alternativas de proyecto de gobierno brilló por su ausencia o, en caso contrario, fue opacada por la productividad electoral de la mercantilización del voto. La izquierda representada por MORENA, sin dinero y sin presencia en los medios dominados por la derecha, no tuvo manera de competir con éxito en este lodazal, aunque pudo capitalizar el mutuo desgaste de la guerra sucia entre los candidatos de la derecha, como fue el caso emblemático de Veracruz.
En la Ciudad de México se dio un proceso extraordinario para elegir a los miembros de la Asamblea Constituyente de la nueva entidad federativa. Siendo un afán anhelado por la izquierda desde finales del siglo pasado, la reforma constitucional que modifica el régimen de distrito de la federación para convertirse en una entidad federativa, no logró entusiasmar al ciudadano para participar en la creación de la nueva constitución local. Además de ser un tema que no registra mayor relevancia para el ciudadano común, el proceso adoleció de otros factores de desaliento: por diseño, la gente podría elegir al 60% de los miembros de la dicha asamblea, el resto sería designado por el presidente de la república (6%), el jefe de gobierno (6%), la cámara de senadores (14%) y la de diputados (14%). También por diseño la votación se haría por listas presentadas por los partidos, lo que es una buena práctica en general, pero que se vio afectada por el descrédito que caracteriza a tales institutos. MORENA logró la mayoría de los votos y se confirma como la primera fuerza electoral en la capital del país, pero no alcanza a superar a las fuerzas de la designación, todas cargadas a la derecha.
La lectura de lo acontecido marca un panorama tétrico de corrupción extendida, respecto de la cual la legislación vigente resulta incapaz de controlar, si ese fuese el designio que no lo es. Lo peor es que quien pudiera convocar a una corrección de la legislación electoral para controlar el origen y el monto del dinero aplicados a las elecciones, es el propio régimen corrupto gobernante, sea del PRI o del PAN. A MORENA le toca operar desde el lado corto de la palanca, sin mayor posibilidad de acción, menos aún si se considera que los vicios de la ley se incorporaron precisamente para nulificar a López Obrador.
Hace falta una vigorosa movilización popular para crear una nueva constitución que, entre otras cosas, corrija la vigente en materia electoral. De lo contrario seguiremos viendo la misma película de terror, gastada y putrefacta, además con una muy mala traducción del inglés.
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